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Las metamorfosis (Versión para imprimir)

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<strong>Las</strong> <strong>metamorfosis</strong> (<strong>Versión</strong> <strong>para</strong> <strong>imprimir</strong>) 139<br />

Lo que pide él relata, pero lo que narrar pudor le da,<br />

por qué merced lo obtuvo, guarda silencio, y tocado del dolor<br />

de su esposa perdida, así, con lágrimas brotadas, habla: 690<br />

«Ésta, nacido de una diosa -¿quién podría creerlo?-<br />

esta arma llorar me hace y lo hará por mucho tiempo, si vivir a nos<br />

los hados por mucho tiempo dieran: ella a mí, con mi esposa querida,<br />

me perdió: de éste regalo ojalá hubiera carecido siempre.<br />

Procris era, si acaso más ha arribado a los oídos tuyos 695<br />

Oritía, hermana de la raptada Oritía.<br />

Si la hermosura y el carácter quisieras com<strong>para</strong>r de las dos,<br />

más digna ella de ser raptada. Su padre a ella a mí la unió, Erecteo,<br />

a ella a mí la unió el amor: feliz se me decía y era.<br />

No así a los dioses les pareció, o ahora también quizás yo lo sería. 700<br />

El segundo mes pasaba, después de los sacrificios conyugales,<br />

cuando a mí, que a los cornados ciervos tendía redes,<br />

desde el vértice supremo del siempre floreciente Himeto,<br />

ocre por la mañana, me ve la Aurora, ahuyentadas las tinieblas,<br />

y contra mi voluntad me rapta. Lícito me sea la verdad referir, 705<br />

con la venia de la diosa: aunque sea por su cara de rosa digna de admirar,<br />

aunque tenga los de la luz, tenga los confines de la noche,<br />

aunque de nectáreas aguas se alimente, yo a Procris amaba.<br />

En mi pecho Procris estaba, Procris siempre en mi boca.<br />

De los sacramentos del diván y de las uniones nuevas y tálamos recientes 710<br />

y primeros pactos le contaba de mi abandonado lecho.<br />

Conmovióse la diosa y: «Detén, ingrato, tus lamentos.<br />

A Procris ten», dijo, «que si la mía providente mente es,<br />

no haberla tenido querrás». Y a mí a ella, llena de ira, me remitió.<br />

Mientras vuelvo y conmigo las advertencias de la diosa repaso, 715<br />

a existir el miedo empezó de que las leyes conyugales mi esposa<br />

no bien hubiera guardado. Su hermosura y su edad me ordenaban<br />

creer en su adulterio. Me prohibían creerlo sus costumbres.<br />

Pero aun así yo había estado ausente, pero también ésta era, de donde volvía,<br />

de ese crimen ejemplo, pero todo tememos los enamorados. 720<br />

Indagar por lo que me duela decido, y con regalos su púdica<br />

fidelidad inquietar. Alienta este temor la Aurora<br />

y transmuta -me parece haberlo sentido- mi figura.<br />

A la Paladia Atenas llego no reconocible<br />

y entro en mi casa: de culpa la casa misma carecía 725<br />

y castas señales daba y por su dueño raptado estaba angustiada:

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