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Las metamorfosis (Versión para imprimir)

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<strong>Las</strong> <strong>metamorfosis</strong> (<strong>Versión</strong> <strong>para</strong> <strong>imprimir</strong>) 272<br />

«Grandes cosas pretendes», dijo, «varón por tus hechos el más grande,<br />

cuya diestra a través del hierro, su piedad a través de los fuegos se han contemplado.<br />

Deja aun así, Troyano, el miedo: dueño serás de tus pretensiones 110<br />

y las Elisias moradas y los reinos postreros del mundo<br />

conmigo de guía conocerás y las efigies amadas de tu padre.<br />

Inviable <strong>para</strong> la virtud ninguna vía hay», dijo y fulgente<br />

de oro una rama en el bosque de la Averna Juno<br />

le mostró y le ordenó desgajarla de su tronco. 115<br />

Obedeció Eneas y del formidable Orco<br />

vio las riquezas y los antepasados suyos y la sombra anciana<br />

del magnánimo Anquises. Aprendió también las leyes de esos lugares<br />

y cuáles los peligros que habían de ser arrostrados en nuevas guerras.<br />

De ahí, llevando sus fatigados pasos por la opuesta senda, 120<br />

con su guía Cumea suaviza en la conversación el esfuerzo.<br />

Y mientras el camino horrendo a través de los opacos crepúsculos coge:<br />

«Si una diosa tú presente, o si a los dioses gratísima -dijo-:<br />

de un numen en la traza estarás siempre <strong>para</strong> mí, y confesaré que yo<br />

de regalo tuyo existo, tú, quien, que yo a los lugares de la muerte entrara, 125<br />

quien de esos lugares que yo saliera, quisiste, de la muerte por mí vista.<br />

Por esos méritos, tras llegar yo del aire a las auras,<br />

unos templos te alzaré y te otorgaré unos honores de incienso».<br />

Se vuelve a mirarle la vidente y unos suspiros tomando:<br />

«Ni diosa soy», dijo, «ni de sagrado incienso con el honor 130<br />

dignes una humana cabeza, y <strong>para</strong> que ignorante no yerres:<br />

una luz eterna a mí y el carecer de final se me concedía<br />

si mi virginidad hubiese padecido a Febo, mi enamorado.<br />

Mientras esperanza tiene de ella, mientras previamente sobornarme con dones<br />

ansía: «Elige», dice, «virgen Cumea, qué deseas. 135<br />

De tus deseos serás dueña». Yo de polvo cogido<br />

le mostré un puñado: cuantos tuviera de cuerpos ese polvo,<br />

tantos cumpleaños a mí me alcanzaran, vana, le rogué.<br />

Se me pasó pedir jóvenes también en adelante esos años:<br />

éstos con todo él me los daba, y la eterna juventud, 140<br />

si su Venus padecía. Despreciado el regalo de Febo<br />

célibe permanezco. Pero ya la más feliz edad<br />

sus espaldas me ha dado, y con tembloroso paso viene la enferma vejez,<br />

que de sufrir largo tiempo he. Pues ya, aunque <strong>para</strong> mí siete siglos<br />

han pasado, aun así resta, <strong>para</strong> que los números del polvo iguale, 145<br />

trescientas mieses, trescientos mostos ver.

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