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Las metamorfosis (Versión para imprimir)

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<strong>Las</strong> <strong>metamorfosis</strong> (<strong>Versión</strong> <strong>para</strong> <strong>imprimir</strong>) 108<br />

Plana había, y a lo ancho abriéndose cerca de las murallas, una llanura,<br />

por asiduos caballos batida, donde una multitud de ruedas<br />

y dura pezuña había mullido los terrones a ellos sometidos. 220<br />

Una parte allí de los siete engendrados de Anfíon en fuertes<br />

caballos montan y, rojecientes de tirio jugo,<br />

sus lomos hunden y de oro pesadas moderan sus riendas.<br />

De los cuales Ismeno, que <strong>para</strong> la madre suya el fardo un día<br />

primero había sido, mientras dobla en un certero círculo 225<br />

de su cuadrípede el curso y su espumante boca somete:<br />

«¡Ay de mí!», clama, y en mitad del pecho clavadas<br />

unas flechas lleva y los frenos su mano moribunda soltando,<br />

hacia el costado poco a poco él se derrama desde el diestro ijar.<br />

Próximo a él, tras oír un sonido de aljaba a través del vacío, 230<br />

los frenos soltaba Sípilo, igual que cuando barruntando lluvias<br />

al ver una nube huye, y dejándolas colgar por todas partes su gobernador,<br />

los linos arría <strong>para</strong> que ni una leve aura efluya:<br />

los frenos, aun así, soltando, no evitable, una flecha<br />

lo alcanza y en lo alto de su nuca temblorosa una saeta 235<br />

se queda clavada y sobresalía desnudo de su garganta el hierro;<br />

él, como estaba, inclinado hacia adelante, por la cruz liberada y crines<br />

se rueda, y con su cálida sangre la tierra mancha.<br />

Fédimo, el infeliz, y del nombre de su abuelo el heredero,<br />

Tántalo, una vez que fin pusieron al acostumbrado trabajo, 240<br />

habían pasado a la obra juvenil de la nítida palestra.<br />

Y ya habían confrontado, luchando en estrecho nudo,<br />

pecho con pecho, cuando dis<strong>para</strong>da por el tenso nervio<br />

como estaban, unidos, atravesó a uno y otro una saeta.<br />

Gimieron a la vez, a la vez encorvados por el dolor 245<br />

sus miembros en el suelo pusieron, a la vez sus supremas luces<br />

giraron, yacentes, su aliento a la vez exhalaron.<br />

Los contempla Alfénor y su desgarrado pecho golpeando<br />

a ellos vuela <strong>para</strong> con sus abrazos aliviar sus helados miembros,<br />

y en el piadoso servicio cae; pues el Delio a él 250<br />

lo íntimo de su torso rompió con un mortífero hierro.<br />

El cual, una vez que sacado fue, parte fue del pulmón en sus arpones<br />

extraída y con su aliento su crúor se difundió a las auras.<br />

Mas no al intonso Damasicton una simple herida<br />

infligió: herido había sido por donde el muslo a serlo empieza, y por donde 255<br />

su blanda articulación hace la nervosa corva,

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