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Las metamorfosis (Versión para imprimir)

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<strong>Las</strong> <strong>metamorfosis</strong> (<strong>Versión</strong> <strong>para</strong> <strong>imprimir</strong>) 43<br />

«De aquí yo no me he de mover sino cuando te haya rechazado».<br />

«Estemos», dice el veloz Cilenio, «en el pacto este».<br />

Y con su celeste vara las puertas abrió, mas a ella,<br />

cuando levantar intentaba las partes que al sentarse 820<br />

dobla, no pueden, por una indolente pesadez, moverse.<br />

Ella pugna ciertamente por elevarse, recto el tronco,<br />

pero de las rodillas la juntura rigente está y un frío por sus uñas<br />

se desliza y palidecen, perdida la sangre, sus venas,<br />

y como anchamente suele, incurable, malo un cáncer, 825<br />

serpear, y a las ilesas añadir las viciadas partes,<br />

así un letal invierno poco a poco a su pecho llega<br />

y las vitales vías y los respiraderos cierra,<br />

y ni intentó hablar ni si intentado lo hubiera<br />

de voz tenía camino; una roca ya sus cuellos poseía 830<br />

y su cara se había endurecido y estatua exangüe sentada estaba,<br />

y no su piedra blanca era: su mente la había inficionado a ella.<br />

Júpiter y Europa<br />

Cuando estos castigos de sus palabras y de su mente profana<br />

cobró el Atlantíada, dichas por Palas esas tierras<br />

abandona, e ingresa en el éter sacudiendo sus alas. 835<br />

Lo llama aparte a él su genitor y la causa sin confesar de su amor:<br />

«Fiel ministro», dice, «de las órdenes, mi nacido, mías,<br />

rechaza la demora y raudo con tu acostumbrada carrera desciende,<br />

y la tierra que a tu madre por la parte siniestra<br />

mira -sus nativos Sidónide por nombre le dicen-, 840<br />

a ella acude, y el que, lejos, de montana grama apacentarse,<br />

ganado real, ves, a los litorales torna».<br />

Dijo, y expulsados al instante del monte los novillos,<br />

a los litorales ordenados acuden, donde la hija del gran rey<br />

jugar, de las vírgenes tirias acompañada, solía. 845<br />

No bien se avienen ni en una sola sede moran<br />

la majestad y el amor: del cetro la gravedad abandonada<br />

aquel padre y regidor de los dioses, cuya diestra de los trisulcos<br />

fuegos armada está, quien con un ademán sacude el orbe,<br />

se viste de la faz de un toro y mezclado con los novillos 850<br />

muge, y entre las tiernas hierbas hermoso deambula.<br />

Cierto que su color el de la nieve es, que ni las plantas<br />

de duro pie han hollado ni ha disuelto el acuático austro.<br />

En su cuello toros sobresalen, por sus brazos las papadas penden;

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