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Las metamorfosis (Versión para imprimir)

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<strong>Las</strong> <strong>metamorfosis</strong> (<strong>Versión</strong> <strong>para</strong> <strong>imprimir</strong>) 307<br />

o si digno fuera, atadle con pesadas cadenas<br />

o poned fin al miedo con la muerte de ese fatal tirano».<br />

Cuales los murmullos que cuando atroz silba el euro en los arremangados<br />

pinares se producen, o cuales los que los oleajes<br />

marinos hacen si alguien de lejos los oye a ellos, 605<br />

tal suena el pueblo, pero a través de las confusas palabras<br />

de ese vulgo que rumoreaba, aun así, una voz emerge sola: «¿Quién él es?»<br />

y miran las frentes y los predichos cuernos buscan.<br />

De vuelta a ellos Cipo: «Al que demandáis», dice, «tenéis»<br />

y quitándose de la cabeza, mientras el pueblo se lo impedía la corona, 610<br />

exhibió, insignes de su gemelo cuerno, sus sienes.<br />

Bajaron los ojos todos y un gemido dieron<br />

y a aquella cabeza por sus méritos brillante -¿quién creerlo podría?-<br />

contra la voluntad de ellos, vieron, y que ella careciera de su honor<br />

sin poder ellos más allá soportar, le impusieron, festiva, una corona. 615<br />

Mas los próceres, puesto que a los muros entrar a él se le veta,<br />

tanto campo honorado a ti, Cipo, te dieron,<br />

cuanto con un hundido arado, a él sometidos unos bueyes,<br />

abarcar pudieras hasta el final de la luz desde su nacimiento<br />

y unos cuernos que repetían esa admirable forma 620<br />

en las broncíneas jambas esculpen, que permanecerían durante la larga edad.<br />

Esculapio en Roma<br />

Desvelad ahora, Musas, presentes númenes de los poetas,<br />

pues lo sabéis y no os engaña a vosotras su espaciosa vejez,<br />

de dónde que la circunfluida Isla del Tíber alto<br />

añadiera al Corónida a los sacrificios de la ciudad de Rómulo. 625<br />

Una siniestra peste un día había corrompido del Lacio las auras<br />

y pálidos se demacraban los cuerpos por causa de esa exangüe enfermedad.<br />

De funerales cansados, después que los mortales intentos<br />

ven que nada, nada las artes podían de los sanadores,<br />

auxilio celeste buscan y a la que tiene la tierra central 630<br />

del orbe, a Delfos, acuden, a los oráculos de Febo,<br />

y que con una salutífera ventura socorrer sus desgraciados<br />

estados quiera y de tan gran ciudad las desgracias acabe, piden.<br />

Tanto el lugar como el laurel y las que tiene él mismo, sus aljabas,<br />

temblaron al mismo tiempo, y el trípode devolvió desde lo hondo 635<br />

del santuario esta voz y sus pavoridos pechos conmovió:<br />

«Lo que buscas de aquí de más cercano lugar, Romano, hubieses buscado,<br />

y búscalo ahora en más cercano lugar, ni de Apolo a vosotros,

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