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Stony Brook University

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imponiendo la pregunta y la respuesta implícita de Nietzsche: “¿Quién mira lo<br />

bello de una manera desinteresada? El arte se juzga siempre desde el punto de<br />

vista del espectador, y de un espectador cada vez menos artista. Nietzsche reclama<br />

una estética de la creación, la estética de Pigmalión” (144). Porque, según<br />

Nietzsche, “aún no se ha entendido lo que significa la vida de un artista: la<br />

actividad de dicha vida sirviendo de estímulo a la afirmación contenida en la<br />

propia obra de arte” (145). El arte, podemos concluir, ha de salir del horizonte<br />

neutral de la esteticidad y entrar en la voluntad pigmaliana de poder o en la<br />

singular y arriesgada vivencia.<br />

Planteemos una pregunta impertinente. Si cabe ver en Nietzsche al padre<br />

del postestructuralismo y del giro lingüístico, el primer crítico de la crítica que<br />

hace de la filosofía el arte de la interpretación, ¿por qué ha sido la estética<br />

hegeliana y no la vivencia nietzscheana la que ha dominado y domina nuestra<br />

forma de acercarnos al arte y de leer la literatura en el ámbito académico? Al final<br />

no tenemos ni a uno ni a otro: nihilismo sin vivencia o trascendentalismo sin<br />

espíritu supremo.<br />

16) En el universo platónico o premoderno, el arte ejercía un influjo tan<br />

inquietante que en ocasiones debía prohibirse por el bien de la estabilidad de la<br />

República o del Reino de Dios en la tierra. El arte comparecía como una<br />

experiencia sagrada compartida y, en consecuencia, el hombre del medioevo<br />

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