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Stony Brook University

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es que siempre se acaba volviendo contra uno”.<br />

22) Pero de la ironía sabemos mucho ya. Sabemos que no es una conquista ni una<br />

herramienta ni un dominio que sitúa a quien lo detenta por encima de cualquier<br />

contenido. Por los románticos, por Schlegel, por Baudelaire, por el propio Hegel,<br />

sabemos que la ironía es una “nada que se autoaniquila”, que supone la<br />

superioridad del uno respecto a lo que constituye ese uno. Sabemos por el<br />

tremendismo de Nietzsche que la omnipresencia de la ironía a través de una<br />

cultura significa la decadencia y el cercano final de su vitalidad y dinamismo.<br />

Sabemos por el posmoderno y meta-irónico movimiento camp—acaso origen<br />

elitista, cínico, lúdico-festivo o paternalista de los estudios culturales o del<br />

repentino interés de la academia por la cultura popular—, que la mejor cara de la<br />

ironía sistemática es un hedonismo benigno sin otro contenido, nunca despreciable<br />

del todo, que los parabienes de la futilidad.<br />

Si algo hemos aprendido de tantas experiencias autodestructivas es que la<br />

ironía no es un privilegio. Acaso al revés; debería hacernos partícipes trágicos de<br />

nuestra debilidad, de nuestra flaqueza y desgarro constitutivo. La ironía no debiera<br />

ser un tropo ni una pertenencia de la volición sino, como quería Paul de Man, “the<br />

systematic undoing of understanding” 43 ; una cualidad inherente al, irónicamente,<br />

siempre incompleto proceso cognoscitivo, y una cualidad implícita del no-saber<br />

que ni nos es dado evadirla—ella nos encontrará—ni nos es dado ejercerla sin que<br />

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