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El código Da Vinci - Colonial Tour and Travel

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<strong>Da</strong>n Brown <strong>El</strong> <strong>código</strong> <strong>Da</strong> <strong>Vinci</strong><br />

—Ya lo sé, tesoro. Te perdono. No sé estar enfadado contigo. Los<br />

abuelos y las nietas siempre se perdonan.<br />

Sophie sabía que no debía preguntárselo, pero no pudo evitarlo.<br />

—¿Qué es lo que abre? Nunca he visto una llave como esa. Era muy<br />

bonita. »<br />

Su abuelo se quedó largo rato en silencio, y ella se dio cuenta de que no<br />

sabía cómo responder. Gr<strong>and</strong>-père nunca miente.<br />

—Abre una caja —dijo al fin— donde guardo muchos secretos.<br />

—¡Odio los secretos! —protestó Sophie.<br />

—Ya lo sé, pero estos son secretos importantes. Y algún día aprenderás<br />

a valorarlos tanto como yo.<br />

—Vi unas letras en la llave, y una flor.<br />

—Sí, es mi flor preferida. Se llama flor de lis. En el jardín hay algunas.<br />

Son las blancas. También se llaman lirios.<br />

—Ah, sí, ya sé cuáles son. También son mis preferidas.<br />

—Bueno, entonces hacemos un trato. —Arqueó mucho las cejas, como<br />

hacía siempre que estaba a punto de retarla—. Si me guardas el secreto de<br />

la llave, y no vuelves a hablar nunca más de ella, ni a mí ni a nadie, algún<br />

día te la regalaré.<br />

Sophie no se lo podía creer.<br />

—¿En serio?<br />

—Te lo prometo. Cu<strong>and</strong>o llegue el momento, la llave será tuya. Lleva tu<br />

nombre grabado.<br />

Sophie protestó.<br />

—No, mi nombre no. Ponía P. S. ¡Y yo no me llamo P. S.!<br />

Su abuelo bajó la voz y miró como para asegurarse de que no les oía<br />

nadie.<br />

—Está bien, Sophie, la verdad es que P. S. es un <strong>código</strong>. Son tus<br />

iniciales secretas.<br />

Abrió mucho los ojos.<br />

—¿Tengo iniciales secretas?<br />

—Sí, claro, las nietas siempre tienen unas iniciales secretas que sólo<br />

conocen sus abuelos.<br />

—¿P. S.?<br />

Le pasó la mano por la cabeza.<br />

—Princesse Sophie.<br />

—¡Yo no soy una princesa!<br />

—Para mí, sí.<br />

A partir de ese día, no volvieron a hablar de la llave. Y ella pasó a ser la<br />

Princesa Sophie. En la Salle des États, Sophie seguía en silencio, resistiendo<br />

como podía el agudo zarpazo de la pérdida.<br />

—Las iniciales —susurró Langdon, que la miraba extrañado—. ¿Las ha<br />

visto?<br />

Sophie notó que la voz de su abuelo le susurraba desde los pasillos del<br />

museo. «No hables nunca de la llave, Sophie, ni conmigo ni con nadie.» Sabía<br />

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