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El código Da Vinci - Colonial Tour and Travel

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<strong>Da</strong>n Brown <strong>El</strong> <strong>código</strong> <strong>Da</strong> <strong>Vinci</strong><br />

94<br />

Saint James s Park es un mar de vegetación en medio de Londres, un<br />

parque público que bordea los palacios de Westminster, Buckingham y Saint<br />

James’s. En un principio era el coto de caza de Enrique VIII y estaba lleno de<br />

ciervos, pero en la actualidad está abierto a los ciudadanos. En las tardes de<br />

sol, los londinenses hacen picnics bajo los sauces y dan de comer a los<br />

pelícanos —descendientes de los que el embajador ruso regaló a Carlos II—<br />

que han hecho del estanque su hogar.<br />

Esa mañana, <strong>El</strong> Maestro no vio ningún pelícano. Las tormentas habían<br />

hecho que las gaviotas de la costa volaran tierra adentro. Los campos, el<br />

césped, estaban cubiertos de cientos de cuerpos blancos que miraban en la<br />

misma dirección, plant<strong>and</strong>o cara al viento húmedo. A pesar de la niebla,<br />

desde el parque había una espléndida vista del Parlamento y del Big Ben.<br />

Más allá de las ondulaciones del césped, más allá del estanque de los patos y<br />

de las delicadas siluetas de los sauces llorones, <strong>El</strong> Maestro contemplaba las<br />

agujas del edificio que albergó la tumba del caballero; el verdadero motivo<br />

por el que le había pedido a Rémy que se encontraran allí.<br />

Al ver que se acercaba a la limusina, Rémy alargó el brazo y le abrió la<br />

portezuela. Antes de entrar, <strong>El</strong> Maestro se detuvo y dio un trago de coñac de<br />

la petaca que llevaba. Se secó los labios con la mano y se sentó al lado del<br />

mayordomo.<br />

Rémy alzó la clave como si fuera un trofeo.<br />

—Casi la perdemos.<br />

—Has hecho un buen trabajo —dijo <strong>El</strong> Maestro.<br />

—Hemos hecho un buen trabajo —respondió Rémy deposit<strong>and</strong>o la clave<br />

en sus manos impacientes.<br />

<strong>El</strong> Maestro se quedó admirándola un buen rato, con una sonrisa en los<br />

labios.<br />

—¿Y la pistola? ¿Ya está limpia de huellas?<br />

—De vuelta en la guantera, donde la encontré.<br />

—Magnífico. —<strong>El</strong> Maestro dio otro trago de coñac y le pasó la petaca a<br />

Rémy—. Brindemos por nuestro éxito. <strong>El</strong> final ya está cerca.<br />

Rémy aceptó la petaca de buen grado. <strong>El</strong> coñac sabía salado, pero no le<br />

importo. Ahora, <strong>El</strong> Maestro y él eran verdaderos compañeros. Sentía que<br />

estaba ascendiendo a un nuevo escalafón de la vida. «Ya no volveré a ser el<br />

criado de nadie.» Allí, con el estanque de patos delante, el Château Villete<br />

parecía quedar muy lejos.<br />

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