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El código Da Vinci - Colonial Tour and Travel

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<strong>Da</strong>n Brown <strong>El</strong> <strong>código</strong> <strong>Da</strong> <strong>Vinci</strong><br />

54<br />

Al enfilar el camino sinuoso y flanqueado por álamos, Sophie notó que<br />

los músculos se le relajaban. Qué alivio dejar atrás la carretera, y además,<br />

se le ocurrían pocos sitios más adecuados para desaparecer del mapa que<br />

aquella finca privada y cerrada, propiedad de un simpático extranjero.<br />

Giraron al llegar a la glorieta de la entrada y el Château Villete apareció<br />

ante sus ojos, a su derecha. Con sus tres plantas y sus al menos sesenta<br />

metros de longitud, el edificio tenía una fachada de piedra gris envejecida,<br />

iluminada por focos, que contrastaba con los jardines impecablemente<br />

cuidados y con los plácidos estanques.<br />

Empezaron a encenderse algunas luces.<br />

En vez de llevar el furgón hasta la puerta principal, Langdon aparcó en<br />

una especie de cobertizo destinado a tal efecto que había entre unos setos.<br />

—Mejor no arriesgamos a que nos vean desde la carretera —dijo—. O a<br />

que Leigh se pregunte por qué llegamos en un furgón destartalado.<br />

Sophie estaba de acuerdo.<br />

—¿Y qué hacemos con el criptex? Supongo que no deberíamos dejarlo<br />

aquí fuera, pero si Leigh lo ve, seguro que querrá saber qué es.<br />

—No te preocupes —le respondió Langdon, que empezó a quitarse la<br />

chaqueta mientras se bajaba del furgón. Envolvió con ella la caja y la cogió<br />

en brazos como si fuera un bebé.<br />

—Con cuidado —dijo Sophie, insegura.<br />

—Teabing no sale a abrir la puerta. Prefiere hacer una aparición más<br />

espectacular. Ya encontraremos un sitio para guardarlo antes de que llegue.<br />

—Hizo una pausa, antes de proseguir—. En realidad, tal vez deba advertirte<br />

antes de que lo conozcas. Sir Leigh tiene un sentido del humor que a mucha<br />

gente le resulta... raro.<br />

Sophie dudaba de que, después de todo lo que le había pasado aquella<br />

noche, algo pudiera parecerle raro ya.<br />

<strong>El</strong> sendero que llevaba hasta la entrada era un mosaico de cantos<br />

rodados. Moría junto a una puerta labrada de roble y cerezo con un<br />

picaporte de bronce del tamaño de un pomelo. Antes de que Sophie tuviera<br />

tiempo de agarrarlo, la puerta se abrió.<br />

Un mayordomo estirado y elegante apareció tras ella, alisándose el<br />

esmoquin y ajustándose la pajarita blanca que por lo que se veía acababa de<br />

ponerse. Parecía tener unos cincuenta años y era de rasgos refinados. Su<br />

expresión austera no dejaba lugar a ninguna duda: no le agradaba nada la<br />

presencia de los visitantes.<br />

—Sir Leigh bajará enseguida —declaró con marcado acento francés—.<br />

Se está vistiendo, y prefiere no recibir en camisola. ¿Me llevo su abrigo? —<br />

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