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El código Da Vinci - Colonial Tour and Travel

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<strong>Da</strong>n Brown <strong>El</strong> <strong>código</strong> <strong>Da</strong> <strong>Vinci</strong><br />

65<br />

Hasta esa noche, a Sophie Neveu, a pesar de trabajar para las fuerzas<br />

del orden, nunca la habían apuntado con una pistola. Era de lo más<br />

extraño, pero la que ahora tenía delante la sostenía, con su mano pálida, un<br />

enorme albino de pelo largo y blanco. La miraba con unos ojos rojos que<br />

tenían algo de terrorífico, de fantasmal. Vestido con un hábito de lana, con<br />

una cuerda atada a la cintura, parecía un clérigo medieval. Sophie no tenía<br />

ni idea de quién podía ser, pero de pronto recordó las sospechas de Teabing<br />

de que la Iglesia estaba detrás de todo aquello y su respeto por él ganó varios<br />

puntos más.<br />

—Ya sabe para qué he venido —dijo el monje con la voz hueca.<br />

Sophie y Teabing estaban sentados en el diván, con los brazos en alto,<br />

acat<strong>and</strong>o las órdenes del asaltante. Langdon estaba en el suelo, quejándose.<br />

Los ojos del intruso se fijaron al momento en el cilindro que seguía en el<br />

regazo de Teabing.<br />

—No podrá abrirlo.<br />

<strong>El</strong> tono de voz de sir Leigh era desafiante.<br />

—Mi Maestro es muy listo —replicó el monje con el arma apunt<strong>and</strong>o a<br />

un espacio intermedio entre los dos.<br />

Sophie se preguntaba dónde estaba el mayordomo. «¿Es que no había<br />

oído caer a Langdon?»<br />

—¿Quién es su maestro? —le preguntó Teabing—. Tal vez podamos<br />

llegar a un acuerdo económico.<br />

—<strong>El</strong> Grial no tiene precio.<br />

Dio un paso adelante.<br />

—Está sangr<strong>and</strong>o —comentó Teabing sin perder la calma y señalándole<br />

con un movimiento de cabeza el muslo derecho, por donde un hilo de sangre<br />

se había ido desliz<strong>and</strong>o hasta la rodilla—. Y cojea.<br />

—En eso coincidimos —replicó el monje apunt<strong>and</strong>o a las muletas que<br />

tenía al lado—. Bueno, páseme la clave.<br />

—¿Qué sabe usted de la clave? —le preguntó Teabing sorprendido.<br />

—Qué más da lo que sepa o deje de saber. Levántese despacio y<br />

entregúemela.<br />

—No sé si se da cuenta de que no me resulta fácil moverme.<br />

—Mejor. No me interesa que nadie haga ni un solo movimiento brusco.<br />

Teabing agarró una muleta con la mano derecha y cogió el cilindro con<br />

la izquierda. Se levantó con esfuerzo y se quedó de pie, ladeado y<br />

sosteniendo con fuerza el criptex.<br />

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