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El código Da Vinci - Colonial Tour and Travel

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<strong>Da</strong>n Brown <strong>El</strong> <strong>código</strong> <strong>Da</strong> <strong>Vinci</strong><br />

103<br />

Era ya tarde cu<strong>and</strong>o en Londres el sol se abrió paso entre las nubes y la<br />

ciudad empezó a secarse. Bezu Fache estaba cansado cu<strong>and</strong>o salió de la sala<br />

de interrogatorios y pidió un taxi. Sir Leigh Teabing había proclamado su<br />

inocencia a pleno pulmón, pero entre sus desvarios incoherentes sobre<br />

santos griales, documentos secretos y herm<strong>and</strong>ades misteriosas, Fache creía<br />

ver que lo que pretendía el astuto historiador era crear un escenario propicio<br />

para que sus abogados pudieran pedir su absolución aleg<strong>and</strong>o trastorno<br />

metal.<br />

«Sí, claro —pensó Fache—. Loco.» Teabing había demostrado una gran<br />

precisión al formular un plan que, en todos los casos, aseguraba su<br />

inocencia. Había implicado al Vaticano y al Opus Dei, dos grupos que habían<br />

resultado ser totalmente inocentes. <strong>El</strong> trabajo sucio lo habían hecho sin<br />

saberlo un monje fanático y un obispo desesperado. E, inteligente como era,<br />

había situado su centro de escucha electrónica en un lugar al que un<br />

hombre con secuelas de la polio no podía acceder. <strong>El</strong> espionaje, así, lo había<br />

efectuado su mayordomo, Rémy —la única persona conocedora de su<br />

verdadera identidad—, muerto convenientemente a causa de una reacción<br />

alérgica.<br />

«No puede decirse que se trate del plan de una persona con las<br />

facultades mentales perturbadas.»<br />

Las informaciones que le llegaban del teniente Collet, que seguía en el<br />

Château Villette, apuntaban a que la astucia del caballero inglés era tanta<br />

que el propio Fache podía aprender algo de él. Para ocultar con éxito los<br />

micrófonos en algunos de los despachos mejor protegidos de París, el<br />

historiador se había inspirado en el caballo de Troya de los griegos. Algunos<br />

de los blancos escogidos por él habían recibido como regalo valiosas obras de<br />

arte, mientras que otros habían adquirido en subastas piezas que habían<br />

pasado por las manos de Teabing. En el caso de Saunière, el conservador<br />

había recibido una invitación a cenar al Château Villete para tratar del<br />

posible mecenazgo de Teabing en la creación de un «Ala Leonardo» en el<br />

Louvre. La tarjeta incluía una inocente nota al pie en la que Teabing<br />

expresaba su fascinación por una especie de caballero-robot que, según se<br />

decía, el conservador había construido. «Tráigalo», le había sugerido sir<br />

Leigh. Al parecer, eso era precisamente lo que Saunière había hecho,<br />

dejándolo sin vigilancia el tiempo suficiente como para que Rémy Legaludec<br />

le incorporara un discreto accesorio.<br />

Ahora, en el asiento trasero del taxi, Fache cerró los ojos. «Una última<br />

cosa de la que ocuparme antes de volver a París.» En la sala de recuperación<br />

del Hospital St. Mary entraba el sol.<br />

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