18.06.2013 Views

El código Da Vinci - Colonial Tour and Travel

El código Da Vinci - Colonial Tour and Travel

El código Da Vinci - Colonial Tour and Travel

SHOW MORE
SHOW LESS

You also want an ePaper? Increase the reach of your titles

YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.

<strong>Da</strong>n Brown <strong>El</strong> <strong>código</strong> <strong>Da</strong> <strong>Vinci</strong><br />

100<br />

<strong>El</strong> cuerpo del obispo Manuel Aringarosa había soportado muchas<br />

formas de dolor, pero el fuego abrasador de la herida de bala que le atravesó<br />

el pecho le era totalmente desconocido. No parecía una herida en el cuerpo...<br />

sino más bien un dolor en el alma.<br />

Abrió los ojos intent<strong>and</strong>o ver, pero la lluvia que le empapaba el rostro le<br />

nublaba la visión. «¿Dónde estoy?» Notaba unos brazos poderosos que lo<br />

sujetaban, que sostenían su cuerpo rígido como si fuera un muñeco de trapo<br />

con la sotana al viento.<br />

Casi sin fuerzas, levantó un brazo, se secó los ojos y vio que el hombre<br />

que lo llevaba en brazos era Silas. <strong>El</strong> enorme albino avanzaba a trompicones<br />

por una acera cubierta por la niebla, pedía a gritos que alguien le indicara el<br />

camino a un hospital, con la voz quebrada por la angustia. Tenía la vista fija<br />

al frente y las lágrimas le resbalaban por el rostro blanco y manchado de<br />

sangre.<br />

—Hijo mío —susurró Aringarosa—, estás herido.<br />

Silas bajó la cabeza, la boca una mueca de dolor.<br />

—Lo siento mucho, padre. —<strong>El</strong> sufrimiento le impedía casi hablar.<br />

—No, Silas —replicó Aringarosa—. <strong>El</strong> que lo siente soy yo. Es culpa mía.<br />

—«<strong>El</strong> Maestro me prometió que no habría muertes, y yo te pedí que lo<br />

obedecieras en todo.»—. He sido demasiado impaciente. Demasiado<br />

temeroso. Y nos han engañado a los dos. —«<strong>El</strong> Maestro no ha tenido nunca<br />

la intención de entregarnos el Santo Grial.»<br />

Acurrucado entre los brazos del hombre al que había acogido hacía<br />

tantos años, Aringarosa sintió que el tiempo daba marcha atrás. Que estaba<br />

en España. Que volvía a sus modestos inicios, cu<strong>and</strong>o en Oviedo empezó a<br />

construir con Silas una iglesia. Y que después estaba en Nueva York, donde<br />

había proclamado la gloria de Dios erigiendo el centro del Opus Dei en<br />

Lexington Avenue.<br />

Hacía cinco meses, Aringarosa había recibido una terrible noticia. <strong>El</strong><br />

trabajo de toda una vida amenazaba con desmoronarse. Recordó con todo<br />

detalle la reunión en Castel G<strong>and</strong>olfo que le había cambiado la vida... las<br />

noticias que habían puesto en marcha aquella calamidad.<br />

Aringarosa había entrado en la Biblioteca Astronómica de la residencia<br />

vaticana con la cabeza bien alta, esper<strong>and</strong>o ser recibido por multitud de<br />

manos tendidas en señal de bienvenida, encontrarse con brazos dispuestos a<br />

abrazarlo, con hombres impacientes por reconocerle el mérito de ser el<br />

representante del catolicismo en América.<br />

Pero allí sólo había tres personas.<br />

<strong>El</strong> Secretario Vaticano. Obeso. Severo.<br />

377

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!