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El código Da Vinci - Colonial Tour and Travel

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<strong>Da</strong>n Brown <strong>El</strong> <strong>código</strong> <strong>Da</strong> <strong>Vinci</strong><br />

Tras un momento de tenso silencio, Rémy se retiró a regañadientes,<br />

como un perro humillado.<br />

La brisa fresca de la noche entraba por los ventanales abiertos. Teabing<br />

se volvió para mirar a Langdon y a Sophie con expresión todavía seria.<br />

—Por vuestro bien, espero que sea verdad lo que decís. ¿Qué sabéis de<br />

la clave?<br />

Oculto tras los setos que había en el exterior del estudio de Teabing,<br />

Silas sostenía la pistola y observaba a través de la puerta vidriera. Hacía sólo<br />

un momento que había rodeado la casa y había visto a Langdon y a la mujer<br />

convers<strong>and</strong>o en el gran estudio. Antes de que le diera tiempo a entrar, un<br />

señor con muletas se le había adelantado y había empezado a gritarle a<br />

Langdon, había abierto la puerta y les había pedido a sus invitados que se<br />

fueran. «Entonces aquella mujer había mencionado lo de la clave, y todo<br />

había cambiado.» Los gritos se habían convertido en susurros, y los ánimos<br />

se habían calmado. Y la puerta vidriera había vuelto a cerrarse.<br />

Ahora, agazapado entre las sombras, Silas observaba tras el cristal. La<br />

clave se encuentra en algún lugar de la casa. Silas lo intuía.<br />

Ahí, en la penumbra, se acercó más a los cristales, impaciente por oír lo<br />

que estaban diciendo. Les daría cinco minutos. Si no revelaban dónde estaba<br />

la clave, Silas tendría que entrar y convencerlos por la fuerza.<br />

En el estudio, Langdon percibía el desconcierto de su anfitrión.<br />

—¿Gran Maestre? —repitió atragantándose casi y clav<strong>and</strong>o la mirada en<br />

Sophie—. ¿Jacques Saunière?<br />

Sophie asintió con un gesto de cabeza, consciente de la sorpresa que le<br />

había causado.<br />

—¡Pero es imposible que usted sepa algo así!<br />

—Jacques Saunière era mi abuelo.<br />

Teabing se tambaleó apoyado en las muletas y miró a Langdon, que<br />

asintió.<br />

—Señorita Neveu, me deja usted mudo. Si es cierto lo que dice, siento<br />

mucho su pérdida. Debo admitir que, en aras de mis investigaciones, he<br />

realizado listas de los hombres que, en París, pensaba que podían ser<br />

buenos c<strong>and</strong>idatos a pertenecer al Priorato. Y Jacques Saunière estaba en<br />

ellas junto a muchos otros. ¡Pero Gran Maestre! Cuesta imaginarlo. —Se<br />

quedó unos instantes en silencio y meneó la cabeza—. Aun así, sigue sin<br />

tener sentido. Aunque su abuelo fuera el Gran Maestre de la Orden y<br />

hubiera creado la clave él mismo, nunca le habría revelado a usted cómo<br />

encontrarla. La clave abre el camino al tesoro más importante de la<br />

herm<strong>and</strong>ad. Nieta o no nieta, usted no puede ser la depositaría de un dato<br />

como ese.<br />

—<strong>El</strong> señor Saunière se estaba muriendo cu<strong>and</strong>o transmitió esa<br />

información —comentó Langdon—. No le quedaban demasiadas alternativas.<br />

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