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El código Da Vinci - Colonial Tour and Travel

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<strong>Da</strong>n Brown <strong>El</strong> <strong>código</strong> <strong>Da</strong> <strong>Vinci</strong><br />

—Los jefes. No me tire de la lengua.<br />

—Abra el furgón, por favor —ordenó Collet dirigiéndose a la parte<br />

trasera.<br />

Vernet miró al agente y forzó una carcajada de superioridad.<br />

—¿Que abra el furgón? ¿Usted se cree que yo tengo las llaves? ¿Se cree<br />

que aquí se fían de nosotros? Debería ver la mierda de sueldo que me pagan.<br />

<strong>El</strong> agente ladeó un poco la cabeza, incrédulo.<br />

—¿Me está diciendo que no tiene las llaves del furgón que conduce?<br />

Vernet asintió.<br />

—No del compartimento de carga. Sólo la del contacto. Estos furgones<br />

los sellan unos supervisores en el almacén. Se quedan ahí mientras se<br />

transportan las llaves hasta el destino. Cu<strong>and</strong>o recibimos la confirmación de<br />

que el cliente ya tiene las llaves de la carga en su poder, entonces nos dan el<br />

visto bueno para salir. Nunca antes. Y yo nunca sé qué mierda llevo.<br />

—¿Y cuándo quedó sellado este furgón?<br />

—Como mínimo hace varias horas. Tengo que llevar la carga hasta St.<br />

Thurial esta noche. Y las llaves ya han llegado.<br />

<strong>El</strong> agente no dijo nada. Se limitaba a escrutar a Vernet con la mirada,<br />

como si quisiera leerle la mente.<br />

Al falso conductor una gota de sudor estaba a punto de resbalarle por<br />

la nariz.<br />

—¿Le importa? —le dijo al agente secándose con la manga y señal<strong>and</strong>o<br />

al coche patrulla que bloqueaba la salida—. Voy un poco justo de tiempo.<br />

—¿Llevan Rolex todos los conductores? —le preguntó el agente,<br />

apuntándole a la muñeca.<br />

Vernet bajó la mirada y vio que la brillante pulsera de aquel reloj<br />

exageradamente caro le sobresalía de la manga de la chaqueta.<br />

«Merde.»<br />

—¿Esta mierdecilla? Me costó veinte euros. Se lo compré a un vendedor<br />

ambulante taiwanés, de esos que se ponen en St. Germain de Prés. Se lo<br />

vendo por cuarenta.<br />

<strong>El</strong> agente no respondió y aún tardó unos segundos en apartarse.<br />

—No, gracias. Circule con prudencia.<br />

Vernet no volvió a respirar hasta que el furgón estaba a cincuenta<br />

metros de la salida.<br />

Un nuevo problema se la planteaba ahora. ¿Qué hacer con la carga?<br />

«¿Adonde los llevo?»<br />

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