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El código Da Vinci - Colonial Tour and Travel

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<strong>Da</strong>n Brown <strong>El</strong> <strong>código</strong> <strong>Da</strong> <strong>Vinci</strong><br />

Voces amortiguadas. Parecían provenir de más abajo. Sophie no<br />

entendía. Se arrodilló, pegó la oreja al suelo y escuchó. Sí, no había duda, el<br />

sonido venía de ahí. Aquellas voces parecían cantar... ¿o salmodiar? Estaba<br />

asustada. Pero más misteriosa aún que aquel sonido era la constatación de<br />

que en aquella casa no había sótano.<br />

«Al menos yo nunca lo he visto.»<br />

Se giró e inspeccionó la sala con la vista, y al momento le llamó la<br />

atención un único objeto que parecía no estar en su sitio, la antigüedad<br />

preferida de su abuelo, un gran tapiz de Aubusson. Normalmente colgaba de<br />

la pared de la derecha, a un lado de la chimenea, pero esa noche lo habían<br />

corrido dej<strong>and</strong>o al descubierto la pared.<br />

Se acercó a aquella superficie revestida de madera y notó que aquellos<br />

cánticos se hacían más audibles. Vacilante, puso la oreja sobre la pared.<br />

Ahora las voces le llegaban con mayor claridad. No había duda de que había<br />

gente enton<strong>and</strong>o unas palabras que no llegaba a discernir.<br />

«¡Hay un espacio hueco detrás de la pared!»<br />

Tocó los paneles de madera hasta que notó un resquicio para meter el<br />

dedo. Era una puerta corredera disimulada. <strong>El</strong> corazón se le aceleró todavía<br />

más. Metió el dedo en la hendidura y tiró. Con muda precisión, aquella<br />

pesada pared cedió y se desplazó hacia un lado. En la oscuridad que tenía<br />

delante, los ecos de las voces resonaban.<br />

Entró y se encontró en lo alto de una escalera de piedra tosca que<br />

descendía en espiral. Llevaba viniendo a esa casa desde niña y aquella era la<br />

primera noticia que tenía de esta escalera.<br />

Al descender los peldaños, notó que el aire se hacía más frío y las voces<br />

más claras. Ahora distinguía a hombres y a mujeres. Su línea de visión se<br />

veía limitada por la espiral de la propia escalera, pero al fin apareció el<br />

último peldaño. Más allá, intuía el primer trozo de suelo del sótano: era de<br />

piedra y estaba iluminado por la luz temblorosa y rojiza de un fuego.<br />

Conteniendo la respiración, dio unos pasos más y se agachó un poco<br />

para mirar. Tardó varios segundos en procesar lo que estaba viendo.<br />

Aquel espacio era una cueva, una cámara que parecía haber sido<br />

excavada directamente en la roca de la colina. La única luz era la de unas<br />

antorchas que estaban fijadas a las paredes. Al respl<strong>and</strong>or de las llamas,<br />

unas treinta personas estaban de pie, form<strong>and</strong>o un círculo en el centro de la<br />

estancia.<br />

«Estoy soñ<strong>and</strong>o —se dijo Sophie—. Es un sueño. Qué si no.»<br />

Todos los presentes llevaban máscaras. Las mujeres llevaban vestidos<br />

blancos de gasa y zapatos dorados. Sus máscaras también eran blancas y en<br />

las manos sostenían unos globos terráqueos dorados. Los hombres iban<br />

vestidos con túnicas negras, del mismo color que sus máscaras. Parecían las<br />

piezas de un tablero gigante de ajedrez. En círculo, todos se mecían hacia<br />

delante y hacia atrás y entonaban un cántico de adoración a algo que había<br />

en el suelo, frente a ellos.... algo que Sophie no veía desde donde se<br />

encontraba.<br />

<strong>El</strong> cántico volvió a coger ritmo y se hacía cada vez más rápido, más<br />

rápido. Los participantes dieron un paso al frente y se arrodillaron. En aquel<br />

instante, Sophie vio al fin qué era lo que había en el centro. Aunque,<br />

horrorizada, se fue de allí corriendo, supo que aquella imagen quedaría para<br />

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