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El código Da Vinci - Colonial Tour and Travel

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<strong>Da</strong>n Brown <strong>El</strong> <strong>código</strong> <strong>Da</strong> <strong>Vinci</strong><br />

<strong>El</strong> corazón empezaba a recuperar su ritmo habitual.<br />

—Ha sido interesante.<br />

Sophie no se dio por aludida. Seguía con la mirada fija en el amplio<br />

bulevar que, con sus tres kilómetros de escaparates elegantes, a veces se<br />

comparaba a la Quinta Avenida de Nueva York. La embajada estaba apenas<br />

a un kilómetro y medio de allí y Langdon se acomodó en su asiento.<br />

«No verdad lacra iglesias.»<br />

La rapidez mental de Sophie le había impresionado.<br />

«Ve a La Virgen de las rocas.»<br />

Sophie le había dicho que su abuelo le había dejado algo detrás del<br />

cuadro. «¿Un mensaje final?» No podía por menos que quitarse el sombrero<br />

ante el lugar escogido por Saunière para esconderlo, fuera lo que fuera. La<br />

Virgen de las rocas era otro eslabón más en la cadena de símbolos<br />

relacionados que se había ido form<strong>and</strong>o aquella noche. Parecía que Saunière<br />

reforzaba con cada pista su interés por el lado más oscuro y malévolo de<br />

Leonardo da <strong>Vinci</strong>.<br />

<strong>El</strong> encargo original para pintar aquella obra le había llegado a Leonardo<br />

de una congregación conocida por el nombre de Herm<strong>and</strong>ad de la<br />

Inmaculada Concepción, que necesitaba un cuadro para poner en el panel<br />

central de un retablo que iba a ocupar el altar de la iglesia de San Francisco,<br />

en Milán. Las monjas le indicaron las medidas exactas que debía tener y el<br />

tema de la pintura —la Virgen María, San Juan Bautista niño, Uriel y el niño<br />

Jesús busc<strong>and</strong>o cobijo en una cueva. Aunque Leonardo cumplió con lo que<br />

le habían solicitado, cu<strong>and</strong>o entregó la obra la congregación reaccionó con<br />

horror, porque estaba llena de detalles explosivos y desconcertantes.<br />

<strong>El</strong> lienzo mostraba a una Virgen María con túnica azul, sentada con un<br />

niño en brazos, supuestamente el niño Jesús. Frente a María, también<br />

sentado, aparecía Uriel, también con un niño, supuestamente San Juan<br />

Bautista. Pero lo raro era que, en contra de la escena habitual en la que<br />

Jesús bendecía a Juan, en este caso era al revés: Juan bendecía a Jesús... ¡y<br />

éste se sometía a su autoridad! Por si eso fuera poco, la Virgen tenía una<br />

mano levantada sobre la cabeza de Juan en un gesto inequívocamente<br />

amenazador —con los dedos como garras de águila que sujetaran una<br />

cabeza invisible. Y, por último, la imagen más clara y aterradora: justo por<br />

debajo de aquellos dedos curvados de María, Uriel estaba detenido en un<br />

gesto que daba a entender que estaba cort<strong>and</strong>o algo, como si estuviera<br />

reban<strong>and</strong>o el cuello de la cabeza invisible que la Virgen parecía sujetar con<br />

sus garras.<br />

A los alumnos de Langdon siempre les divertía enterarse de que<br />

Leonardo había intentado apaciguar a la herm<strong>and</strong>ad pint<strong>and</strong>o una versión<br />

más «descafeinada» de La Virgen de las rocas, en la que los personajes<br />

aparecían en actitudes más ortodoxas. En la actualidad, aquella segunda<br />

versión estaba expuesta en la National Gallery de Londres, con el mismo<br />

título, aunque Langdon prefería la del Louvre, que además de ser la original,<br />

resultaba más intrigante.<br />

Sophie seguía avanz<strong>and</strong>o a toda prisa por los Campos <strong>El</strong>íseos.<br />

—¿Qué había detrás del cuadro? —le preguntó Langdon.<br />

—Te lo enseñaré cu<strong>and</strong>o estemos a salvo en la embajada —respondió<br />

ella con la mirada fija en la calzada.<br />

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