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El código Da Vinci - Colonial Tour and Travel

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<strong>Da</strong>n Brown <strong>El</strong> <strong>código</strong> <strong>Da</strong> <strong>Vinci</strong><br />

29<br />

Dentro de la iglesia de Saint-Sulpice, Silas llevaba el pesado c<strong>and</strong>elabro<br />

de hierro desde el altar hasta el obelisco. La base haría las veces de ariete.<br />

Pero al contemplar la losa de mármol gris que cubría el aparente hueco que<br />

había debajo, comprendió que no era posible romperla sin hacer ruido.<br />

<strong>El</strong> hierro golpe<strong>and</strong>o el mármol resonaría en las bóvedas.<br />

¿Le oiría la monja? Ya debería estar dormida. Sin embargo, Silas no<br />

quería correr riesgos. Miró a su alrededor para ver si encontraba algo de tela<br />

con que envolver el c<strong>and</strong>elabro, pero sólo vio el mantel de lino del altar, que<br />

se negó a usar. «Mi hábito», pensó. Como sabía que estaba solo en aquel<br />

enorme templo, se lo abrió y se lo quitó. Al hacerlo, la tela le rozó las heridas<br />

recientes de la espalda.<br />

Sin más indumentaria que el cilicio, Silas envolvió la base del<br />

c<strong>and</strong>elabro con la sotana. Entonces, apunt<strong>and</strong>o al centro del suelo, lo<br />

golpeó. Se oyó un ruido sordo. La losa no se rompió. Le dio otra vez y se oyó<br />

otro golpe amortiguado, aunque acompañado esta vez de un chasquido. A la<br />

tercera, el suelo cedió y los fragmentos de mármol se hundieron.<br />

«¡Un compartimento!»<br />

Tras sacar a toda prisa los trozos de baldosa, Silas miró aquel espacio<br />

vacío. Al arrodillarse sobre él, el corazón le latía con fuerza. Alargó el brazo<br />

desnudo y metió la mano.<br />

Al principio, no notó nada. <strong>El</strong> fondo del compartimento era de piedra<br />

lisa y pulida. Pero al hundir más la mano, alarg<strong>and</strong>o el brazo por debajo de<br />

la Línea Rosa, ¡topó con algo! Una gruesa tablilla de piedra. Pas<strong>and</strong>o los<br />

dedos por los bordes, la agarró y la sacó con cuidado. Mientras se ponía de<br />

pie, contemplándola, se dio cuenta de que aquella piedra irregular tenía<br />

unas palabras grabadas. Por un instante se sintió como un Moisés moderno.<br />

Se sorprendió al leerlas. Esperaba que la clave fuera un mapa, o una<br />

compleja serie de indicaciones, incluso codificadas. Pero su inscripción era<br />

mucho más sencilla:<br />

Job 38:11.<br />

«¿Un versículo de la Biblia?» Silas estaba atónito ante aquella diabólica<br />

muestra de simplicidad. ¿Así que el lugar secreto que estaban busc<strong>and</strong>o se<br />

revelaba en un versículo de la Biblia? La herm<strong>and</strong>ad no tenía límites cu<strong>and</strong>o<br />

se trataba de burlarse de los rectos.<br />

«Job. Capítulo treinta y ocho, versículo once.»<br />

Aunque Silas no recordaba de memoria el contenido de aquel pasaje,<br />

sabía que el Libro de Job contaba la historia de un hombre cuya fe en Dios<br />

soportaba todo tipo de pruebas. «Muy adecuado —pensó—, apenas capaz de<br />

contener su emoción.»<br />

116

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