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El código Da Vinci - Colonial Tour and Travel

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<strong>Da</strong>n Brown <strong>El</strong> <strong>código</strong> <strong>Da</strong> <strong>Vinci</strong><br />

<strong>El</strong> fantasma asintió sin decir nada. «Silas.» Al fin se había hecho carne.<br />

«Me llamo Silas.»<br />

—Es hora de desayunar —dijo el cura—. Vas a tener que recuperar<br />

todas tus fuerzas si quieres ayudarme a construir esta iglesia.<br />

A veinte mil pies de altura sobre el Mediterráneo, el vuelo 1618 de<br />

Alitalia atravesaba una zona de turbulencias. Los pasajeros se revolvían,<br />

inquietos, en sus asientos. <strong>El</strong> obispo Aringarosa apenas se daba cuenta. Sus<br />

pensamientos estaban entregados al futuro del Opus Dei. Impaciente por<br />

saber cómo iban los planes en París, se moría de ganas de llamar a Silas.<br />

Pero no podía. <strong>El</strong> Maestro lo había dispuesto así.<br />

—Es por su propia seguridad —le había explicado en su inglés<br />

afrancesado—. Sé lo bastante de telecomunicaciones electrónicas como para<br />

saber que se pueden interceptar. Y los resultados podrían ser desastrosos<br />

para usted.<br />

Aringarosa sabía que tenía razón. <strong>El</strong> Maestro parecía ser un hombre<br />

excepcionalmente precavido. No le había revelado su identidad, y sin<br />

embargo había demostrado ser un hombre a quien valía la pena obedecer.<br />

Después de todo, de alguna manera había obtenido una información muy<br />

secreta. «¡Los nombres de los cuatro peces gordos de la herm<strong>and</strong>ad!» Aquel<br />

había sido uno de los golpes de efecto que había convencido al obispo de que<br />

<strong>El</strong> Maestro era realmente capaz de entregarles el premio que, afirmaba,<br />

podía desenterrar para ellos.<br />

—Obispo —le había dicho <strong>El</strong> Maestro—, está todo preparado. Para que<br />

mi plan tenga éxito, debe permitir que Silas sólo se comunique conmigo<br />

durante unos días. No deben hablar entre ustedes. Yo me pondré en<br />

contacto con él a través de canales seguros.<br />

—¿Lo tratará con respeto?<br />

—Un hombre de fe merece lo mejor.<br />

—Muy bien. Entiendo, entonces. Silas y yo no hablaremos hasta que<br />

todo haya terminado.<br />

—Esto lo hago para proteger su identidad, la de Silas, y mi inversión.<br />

—¿Su inversión?<br />

—Obispo, si su impaciencia por enterarse de cómo van las cosas le hace<br />

acabar en la cárcel, no podrá pagarme mis honorarios.<br />

<strong>El</strong> obispo sonrió.<br />

—Tiene razón. Nuestros deseos coinciden. Vaya con Dios.<br />

«Veinte millones de euros», pensó el obispo, mir<strong>and</strong>o por la ventanilla<br />

del avión. La suma era aproximadamente la misma en dólares. «Eso no es<br />

nada para algo tan importante.»<br />

Se sintió de nuevo confiado en que <strong>El</strong> Maestro y Silas no fallarían. <strong>El</strong><br />

dinero y la fe movían montañas.<br />

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