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El código Da Vinci - Colonial Tour and Travel

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<strong>Da</strong>n Brown <strong>El</strong> <strong>código</strong> <strong>Da</strong> <strong>Vinci</strong><br />

—Prefiero no hablar del tema —dijo Sophie apart<strong>and</strong>o la mirada,<br />

decidida a no hablar de algo que claramente le hacía daño.<br />

Langdon seguía anonadado. «¿Jacques Saunière Gran Maestre?» A<br />

pesar de las increíbles repercusiones que podía tener aquello en caso de ser<br />

cierto, Langdon tenía la intuición de que de aquel modo todo encajaba casi<br />

perfectamente. En el fondo, los anteriores Gr<strong>and</strong>es Maestres del Priorato<br />

también habían sido prominentes figuras públicas con sensibilidad artística.<br />

Buena prueba de ello había quedado desvelada hacía unos años con el<br />

descubrimiento, en la Bibliothéque Nationale de París, de unos papeles que<br />

pasaron a conocerse como Les Dossiers Secrets.<br />

No había historiador especializado en los templarios ni apasionado del<br />

Santo Grial que no los hubiera leído. Catalogados bajo el <strong>código</strong> 4° lm 1 249,<br />

los dossieres secretos habían sido autentificados por numerosos<br />

especialistas, y confirmaban de manera incontrovertible lo que los<br />

historiadores llevaban mucho tiempo sospech<strong>and</strong>o: entre los Gr<strong>and</strong>es<br />

Maestres del Priorato estaban Leonardo da <strong>Vinci</strong>, Botticelli, Isaac Newton,<br />

Víctor Hugo y, más recientemente, Jean Cocteau, el famoso y polifacético<br />

escritor parisino.<br />

«¿Por qué no podía serlo Jacques Saunière?»<br />

La incredulidad de Langdon volvió a intensificarse al recordar que esa<br />

noche había quedado en reunirse con él. «<strong>El</strong> Gran Maestre quería verme.<br />

¿Para qué? ¿Para charlar un rato sobre arte?» De pronto aquella posibilidad<br />

le pareció poco verosímil. Después de todo, si su intuición no fallaba, el Gran<br />

Maestre del Priorato de Sión acababa de transmitir la información sobre la<br />

legendaria clave de su herm<strong>and</strong>ad a su nieta, y a la vez le había ordenado a<br />

ésta que se pusiera en contacto él.<br />

«¡Inconcebible!»<br />

La imaginación de Langdon no bastaba para evocar el conjunto de<br />

circunstancias que permitieran explicar el comportamiento de Saunière.<br />

Incluso en el caso de que temiera su propia muerte, quedaban otros tres<br />

sénéchaux que también conocían el secreto y por tanto garantizaban la<br />

continuidad del Priorato. ¿Por qué tendría que correr el enorme riesgo de<br />

entregarle a su nieta la clave, y más teniendo en cuenta que no se llevaban<br />

bien? ¿Y por qué implicar a Langdon, un ¡ total desconocido?<br />

«En este rompecabezas falta una pieza», pensó Langdon.<br />

Al parecer, las respuestas iban a tener que esperar un poco más. <strong>El</strong><br />

sonido del motor reduciendo su velocidad les hizo levantar la vista. Bajo las<br />

ruedas se oía el rumor de la gravilla. «¿Por qué estamos par<strong>and</strong>o tan<br />

pronto?», se preguntó Langdon. Vemet les había dicho que iba a llevarlos<br />

fuera de la ciudad para mayor seguridad. <strong>El</strong> furgón frenó casi hasta<br />

detenerse y se internó por un terreno inesperadamente irregular. Sophie<br />

dedicó a Langdon una mirada de preocupación y cerró la caja que contenía<br />

el criptex. Langdon volvió a envolverla con la chaqueta.<br />

<strong>El</strong> furgón se detuvo, pero el motor seguía ronrone<strong>and</strong>o. Los cierres de<br />

los portones traseros empezaron a moverse. Cu<strong>and</strong>o se abrieron las puertas,<br />

a Langdon le sorprendió ver que estaban en una zona boscosa, bastante<br />

alejados de la carretera. Vernet se asomó al compartimento muy serio y con<br />

una pistola en la mano.<br />

—Lo siento mucho —dijo—, pero no me queda otro remedio.<br />

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