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El código Da Vinci - Colonial Tour and Travel

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<strong>Da</strong>n Brown <strong>El</strong> <strong>código</strong> <strong>Da</strong> <strong>Vinci</strong><br />

astronómicas. Subieron por la ancha escalera de mármol travertino, y<br />

Aringarosa se fijó en las señales que indicaban centros de conferencias,<br />

aulas científicas y servicios de información turística. No dejaba de<br />

sorprenderle que el Vaticano fuera incapaz de proporcionar unas pautas<br />

claras y rigurosas para el crecimiento espiritual de los fieles y sin embargo<br />

sacara tiempo para organizar charlas sobre astrofísica para turistas.<br />

—Dígame —preguntó Aringarosa al joven cura—. ¿Desde cuándo se<br />

empieza la casa por el tejado?<br />

<strong>El</strong> jesuíta le miró desconcertado.<br />

—¿Perdón?<br />

Aringarosa no insistió, decidiendo no enzarzarse esa noche en su<br />

cruzada particular. «<strong>El</strong> Vaticano se ha vuelto loco.» Como un padre perezoso<br />

al que le resulta más fácil consentir todos los caprichos de su hijo malcriado<br />

en vez de mantenerse firme y transmitirle ciertos valores, la Iglesia se<br />

mostraba cada vez más bl<strong>and</strong>a, intent<strong>and</strong>o reinventarse a sí misma para<br />

acomodarse a una cultura que había perdido el rumbo.<br />

<strong>El</strong> pasillo de la última planta era ancho, lujosamente amueblado y<br />

discurría sólo en una dirección, hacia unas enormes puertas de roble con<br />

una placa metálica.<br />

BLIOTECA ASTRÓNOMICA<br />

Aringarosa había oído hablar del lugar, del que se decía que contenía<br />

más de veinticinco mil volúmenes, entre los que se encontraban ediciones<br />

únicas de obras de Copérnico, Galileo, Kepler, Newton y Secchi.<br />

Supuestamente, también era el sitio en el que los colaboradores papales de<br />

mayor rango celebraban sus reuniones privadas... las que preferían no<br />

celebrar dentro de la Ciudad del Vaticano.<br />

Al acercarse a la puerta, Aringarosa no se imaginaba la impactante<br />

noticia que estaba a punto de recibir, ni la mortífera cadena de<br />

acontecimientos que tras ella se iba a poner en marcha. No fue hasta una<br />

hora después, cu<strong>and</strong>o el encuentro había terminado, cu<strong>and</strong>o empezó a<br />

asimilar las devastadoras implicaciones de todo aquello. «¡Dentro de seis<br />

meses! ¡Que Dios nos asista!» Ahora, en el Fiat, Aringarosa se dio cuenta de<br />

que el mero recuerdo de aquel primer encuentro le había llevado a apretar<br />

mucho los puños. Los abrió, respiró hondo y relajó los músculos.<br />

«Todo irá bien», se dijo mientras el coche seguía su tortuoso ascenso por<br />

las montañas. Aun así, estaba impaciente porque sonara el teléfono móvil.<br />

«¿Por qué no me ha llamado <strong>El</strong> Maestro? A estas alturas Silas ya debería<br />

tener la clave.»<br />

Para calmarse, el obispo meditó sobre la amatista púrpura del anillo<br />

que llevaba. Pasó el dedo por el engarce en forma de mitra y por las facetas<br />

de los diamantes, y se recordó que el poder que simbolizaba era mucho<br />

menor del que en poco tiempo alcanzaría.<br />

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