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El código Da Vinci - Colonial Tour and Travel

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<strong>Da</strong>n Brown <strong>El</strong> <strong>código</strong> <strong>Da</strong> <strong>Vinci</strong><br />

—Llamemos a la embajada. Les explico la situación y les pido que<br />

envíen a alguien a buscarnos.<br />

—¿Buscarnos? —Sophie se volvió y lo miró como si estuviera loco.<br />

—Robert, estás soñ<strong>and</strong>o. La embajada no tiene jurisdicción más que<br />

dentro de los límites de su recinto. Si enviaran a alguien a recogernos se<br />

consideraría asistencia a un fugitivo de la justicia francesa. No lo harán.<br />

Entrar en la embajada por tu propio pie y solicitar asilo temporal es una<br />

cosa, pero pedirles que emprendan una acción contra la legislación francesa<br />

es otra muy distinta. —Negó con la cabeza—. Si llamas a la embajada ahora,<br />

te dirán que no empeores las cosas y te entregues a Fache, y te prometerán,<br />

eso sí, usar los canales diplomáticos a su alcance para velar porque tengas<br />

un juicio justo. —Miró la sucesión de elegantes escaparates de los Campos<br />

<strong>El</strong>íseos—. ¿Cuánto dinero en efectivo tienes?<br />

Langdon miró la cartera.<br />

—Cien dólares. Unos pocos euros. ¿Por qué?<br />

—¿Tarjetas de crédito?<br />

—Sí, claro.<br />

Sophie aceleró, y Langdon intuyó que se le había ocurrido un plan.<br />

Delante mismo, al final de los Campos <strong>El</strong>íseos, se levantaba el Arco de<br />

Triunfo —el tributo de Napoleón a su propia potencia militar, de cincuenta<br />

metros de altura—, rodeado de la rotonda más gr<strong>and</strong>e de Francia, un gigante<br />

de nueve carriles de circulación.<br />

Cu<strong>and</strong>o se acercaban a la rotonda, los ojos de Sophie volvieron a<br />

posarse en el retrovisor.<br />

—Por ahora les hemos dado esquinazo —dijo—. Pero si seguimos cinco<br />

minutos más en el coche, nos pillarán seguro.<br />

«Bueno, pues robamos uno y ya está, ahora que somos delincuentes<br />

qué mas da», pensó en broma.<br />

—¿Qué vas a hacer?<br />

Se incorporaron a la rotonda.<br />

—Confía en mí.<br />

Langdon no dijo nada. La confianza no le había llevado muy lejos esa<br />

noche. Se levantó la manga de la chaqueta y consultó la hora en su reloj, un<br />

reloj de niño con el ratón Micky dibujado en la esfera, que sus padres le<br />

habían regalado cu<strong>and</strong>o cumplió diez años. Aunque había suscitado miradas<br />

de censura en más de una ocasión, Langdon no había llevado otro reloj que<br />

no fuera aquel. Los personajes animados de Walt Disney habían sido su<br />

primer contacto con la magia de la forma y el color. Y ahora Mickey le servía<br />

como recordatorio cotidiano de que tenía que seguir siendo joven dé espíritu.<br />

A pesar de ello, en aquel momento, los brazos del ratón estaban extendidos<br />

en un ángulo poco habitual, indic<strong>and</strong>o una hora igualmente atípica.<br />

Las 2:51 a.m.<br />

—Un reloj interesante —comentó Sophie fijándose en él mientras<br />

seguían atraves<strong>and</strong>o aquella ancha rotonda.<br />

—Tiene una historia muy larga —respondió, bajándose la manga.<br />

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