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El código Da Vinci - Colonial Tour and Travel

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<strong>Da</strong>n Brown <strong>El</strong> <strong>código</strong> <strong>Da</strong> <strong>Vinci</strong><br />

convencerlo a él para que dejara el criptex en el suelo, y así poner fin de una<br />

vez a aquella ridícula pantomima.<br />

—Un voto de confianza —dijo Teabing baj<strong>and</strong>o el arma—. Deja el criptex<br />

en el suelo y hablemos.<br />

Langdon sabía que no se había tragado su mentira.<br />

Por la adusta expresión de Teabing sabía que la piedra estaba en su<br />

tejado. «Cu<strong>and</strong>o suelte el criptex, nos matará a los dos.» Sin necesidad de<br />

mirar a Sophie, notaba que su corazón le suplicaba, desesperado. «Robert,<br />

este hombre no es digno del Grial. Por favor no lo pongas en sus manos. Sea<br />

cual sea el precio que tengamos que pagar por ello.»<br />

Langdon ya había tomado la decisión hacía unos minutos, mientras<br />

contemplaba el College Garden desde las vidrieras.<br />

«Protege el Grial.»<br />

«Protege a Sophie.»<br />

Langdon tenía ganas de gritar de impotencia.<br />

«¡Pero es que no veo cómo!»<br />

Los duros momentos de desilusión habían traído consigo una<br />

clarividencia que no había experimentado nunca. «La verdad está delante de<br />

tus propios ojos, Robert. —No sabía de dónde estaba surgiendo aquella<br />

epifanía—. <strong>El</strong> Grial no se está riendo de ti, te está pidiendo un alma digna de<br />

él.<br />

Ahora, arrodillándose a varios metros de Leigh Teabing, como si fuera<br />

un subdito, Langdon fue baj<strong>and</strong>o el criptex hasta dejarlo a sólo unos<br />

centímetros del suelo.<br />

—Sí, Robert —susurró Teabing apuntándole con la pistola—. Déjalo en<br />

el suelo.<br />

Langdon alzó la vista y la clavó en la cúpula de la Sala Capitular. Se<br />

agachó un poco más y miró el arma de Teabing, que lo apuntaba<br />

directamente.<br />

—Lo siento, Leigh.<br />

Con gran agilidad, se puso de pie de un salto, levantó el brazo y arrojó<br />

el criptex al aire con todas sus fuerzas.<br />

Leigh Teabing no notó que su dedo apretara el gatillo, pero la pistola se<br />

disparó con gran estruendo. Ahora Langdon ya no estaba agachado, sino de<br />

pie, casi como si estuviera levit<strong>and</strong>o, y la bala impactó en el suelo, a sus<br />

pies. La mitad del cerebro de sir Leigh se esforzaba por apuntar y disparar<br />

de nuevo, en medio de la rabia que sentía, pero la otra mitad, más poderosa,<br />

arrastraba su mirada hacia arriba, a la cúpula.<br />

«¡La clave!»<br />

<strong>El</strong> tiempo pareció quedar suspendido, convertirse en una pesadilla a<br />

cámara lenta. Todo su mundo se había convertido en ese criptex que volaba<br />

por los aires. Lo vio subir hasta el punto álgido de su ascenso... quedar un<br />

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