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El código Da Vinci - Colonial Tour and Travel

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<strong>Da</strong>n Brown <strong>El</strong> <strong>código</strong> <strong>Da</strong> <strong>Vinci</strong><br />

Langdon vislumbró una inimaginable red de conexiones que empezaban<br />

a salir a la superficie.<br />

—Y dice que su abuela le crió. Perdone la pregunta personal, pero, ¿y<br />

sus padres?<br />

—Murieron cu<strong>and</strong>o era pequeño —respondió algo sorprendido—. <strong>El</strong><br />

mismo día que mi abuelo.<br />

A Langdon el corazón le latía cada vez más deprisa.<br />

—¿En un accidente de coche?<br />

<strong>El</strong> guía dio un paso atrás, con el desconcierto escrito en sus ojos verdes.<br />

—Sí, en un accidente de coche. Murió toda mi familia. Perdí a mi<br />

abuelo, a mis padres y.. —Vaciló y bajó la vista.<br />

—Y a su hermana.<br />

Allí, junto al borde del risco, la casa de piedra era exactamente como<br />

Sophie la recordaba. Estaba anocheciendo y sus paredes desprendían un<br />

aura acogedora, cálida. <strong>El</strong> olor a pan recién hecho se colaba por la<br />

mosquitera que cubría la puerta, y de las ventanas salía una luz dorada. Al<br />

acercarse, Sophie oyó el llanto acallado de una mujer.<br />

A través de la mosquitera, vio a una señora en el vestíbulo. Estaba de<br />

espaldas, pero se notaba que estaba llor<strong>and</strong>o. Tenía el pelo blanco, largo,<br />

abundante, que de pronto le suscitó un recuerdo. Se acercó más a la puerta<br />

y empezó a subir los peldaños del porche. Aquella mujer sostenía la<br />

fotografía enmarcada de un hombre y le pasaba las yemas de los dedos por<br />

la cara con cariño y tristeza.<br />

Era una cara que Sophie conocía muy bien.<br />

«Gr<strong>and</strong>-pére.»<br />

No había duda de que aquella mujer se había enterado de la triste<br />

noticia de su muerte.<br />

Uno de los tablones de la escalera crujió y la señora se dio la vuelta. Al<br />

sentirse descubierta, Sophie quiso salir corriendo, pero algo se lo impedía, y<br />

siguió allí, clavada en el suelo. La mujer no le quitaba la mirada de encima.<br />

Dejó la foto y se acercó más a la mosquitera. Aquella mirada entre las dos<br />

pareció durar una eternidad. Y entonces, con el impulso de una ola que<br />

empieza a formarse mar adentro, la expresión de la mujer fue pas<strong>and</strong>o de la<br />

incertidumbre a la incredulidad, de la incredulidad a la esperanza, y de la<br />

esperanza a una inmensa alegría.<br />

Abrió la mosquitera de par en par, salió, alargó los brazos y le acarició<br />

la cara. Sophie estaba anonadada.<br />

—Querida... querida niña... ¡pero si eres tú!<br />

Aunque Sophie no la reconocía, sabía quién era. Intentó decir algo, pero<br />

no podía casi ni respirar.<br />

—Sophie —dijo la señora entre sollozos, besándole la frente.<br />

—Pero si gr<strong>and</strong>-pére dijo que estabas... —balbuceó en un susurro.<br />

—Ya lo sé. —La mujer le apoyó las manos sobre los hombros y la miró<br />

con unos ojos que le resultaban familiares—. Tu abuelo y yo nos vimos<br />

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