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El código Da Vinci - Colonial Tour and Travel

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<strong>Da</strong>n Brown <strong>El</strong> <strong>código</strong> <strong>Da</strong> <strong>Vinci</strong><br />

47<br />

Viajar en el interior de un furgón tenuemente iluminado era como que<br />

te llevaran a una celda de confinamiento. Langdon hacía esfuerzos por<br />

vencer la angustia que le producían los espacios cerrados. «Vernet dice que<br />

nos llevará a una distancia prudencial de la ciudad. ¿Dónde? ¿Muy lejos?»<br />

Se le habían dormido las piernas de tenerlas tanto rato cruzadas.<br />

Cambió de postura y dio un respingo al notar que la sangre se las regaba de<br />

nuevo. Entre los brazos seguía sosteniendo aquel extraño tesoro que habían<br />

logrado sacar del banco.<br />

—Creo que ya estamos en la autopista —susurró Sophie.<br />

Langdon tenía la misma sensación. <strong>El</strong> furgón, tras una enervante pausa<br />

en la salida del banco, había empezado a moverse, zigzague<strong>and</strong>o a izquierda<br />

y derecha durante uno o dos minutos, y desde entonces había acelerado y<br />

circulaba a gran velocidad. Debajo, oían el roce de las ruedas blindadas<br />

sobre el asfalto. Concentrándose en la caja de palis<strong>and</strong>ro que sujetaba entre<br />

sus brazos, colocó con mucho cuidado el bulto envuelto en la chaqueta sobre<br />

el suelo, cogió la caja y se la acercó al cuerpo. Sophie se sentó a su lado. A<br />

Langdon, por un momento, le pareció que eran como dos niños a punto de<br />

abrir un regalo de Navidad.<br />

En contraste con los colores más intensos de la caja, la rosa taraceada<br />

en la tapa era de una madera clara, probablemente de fresno, que resaltaba<br />

a la pálida luz. «La rosa.» Ejércitos enteros y religiones se habían construido<br />

sobre ese símbolo, así como sociedades secretas: Los Rosacruces. Los<br />

caballeros de la rosa de la cruz.<br />

—Vamos —intervino Sophie—. Ábrela.<br />

Langdon aspiró hondo. Pasó la mano por la tapa y se demoró un<br />

instante más en el intrincado trabajo de la madera. Soltó el cierre y la<br />

levantó, revel<strong>and</strong>o el objeto que contenía.<br />

Langdon se había entregado a diversas fantasías sobre lo que<br />

encontrarían en su interior, pero sin duda se había equivocado de medio a<br />

medio. Acurrucado sobre el forro de seda granate descansaba un objeto<br />

inverosímil.<br />

Se trataba de un cilindro de mármol blanco, de dimensiones parecidas<br />

a las de un bote de pelotas de tenis. De todos modos, era más complejo que<br />

una simple columna de piedra y parecía estar formado por la unión de varias<br />

piezas. Había cinco discos de mármol del tamaño de rosquillas unidos entre<br />

sí gracias a una delicada estructura de bronce. Parecía algo así como un<br />

caleidoscopio tubular de muchos aros. Los dos extremos del cilindro estaban<br />

rematados por dos cubiertas, también de mármol, que impedían ver lo que<br />

había dentro. Como habían oído el sonido producido por algún líquido,<br />

Langdon daba por sentado que aquel cilindro era hueco.<br />

180

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