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El código Da Vinci - Colonial Tour and Travel

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<strong>Da</strong>n Brown <strong>El</strong> <strong>código</strong> <strong>Da</strong> <strong>Vinci</strong><br />

—¿Cómo que me lo enseñarás? ¿Quieres decir que te ha dejado un<br />

objeto, algo físico?<br />

Sophie asintió con un breve movimiento de cabeza.<br />

—Con una flor de lis y las letras P. S. grabadas.<br />

Langdon no daba crédito a lo que acababa de oír.<br />

Sophie pensó que sí, que estaban a punto de lograrlo, cu<strong>and</strong>o giró el<br />

volante a la derecha y pasaron por delante del lujoso Hotel de Crillon,<br />

internándose en aquel lujoso barrio de calles arboladas donde se<br />

concentraban las sedes diplomáticas. Ya estaban cerca de la Embajada de<br />

los Estados Unidos y le pareció que podía relajarse un poco.<br />

Mientras conducía, a la mente le volvía la llave que tenía en el bolsillo y<br />

el recuerdo de hacía tantos años, cu<strong>and</strong>o la había visto por primera vez, con<br />

su empuñadura en forma de cruz griega, su base triangular, sus dientes, su<br />

sello con la flor grabada y sus letras P. S.<br />

Aunque apenas había vuelto a pensar en ella durante todos aquellos<br />

años, su experiencia profesional con los servicios secretos le había<br />

familiarizado mucho con temas de seguridad, por lo que la peculiar forma de<br />

aquella llave ya no le resultaba tan desconcertante. «Una llave maestra<br />

incopiable con sistema láser.» En vez de guardas que encajaban en una<br />

cerradura, la compleja serie de marcas perforadas por un rayo láser era<br />

examinada por un lector óptico. Si éste determinaba que la disposición y la<br />

secuencia de las marcas hexagonales eran correctas, la cerradura se abría.<br />

No se le ocurría qué podía ser lo que abría una llave como aquella, pero<br />

le daba la impresión de que Robert sí sabría decírselo, porque le había<br />

descrito el sello sin haberlo visto. La forma de cruz de la empuñadura<br />

implicaba que la llave pertenecía a algún tipo de organización cristiana, pero<br />

Sophie sabía que en las iglesias no se usaba ese tipo de sistemas<br />

electrónicos.<br />

«Además, mi abuelo no era cristiano...»<br />

Sophie lo había constatado con sus propios ojos hacía diez años. Por<br />

ironías del destino, también había sido una llave —aunque en aquel caso se<br />

había tratado de otra mucho más normal— la que la había enfrentado a la<br />

verdadera naturaleza de aquel hombre.<br />

Hacía mucho calor aquella tarde. Aterrizó en el aeropuerto Charles De<br />

Gaulle y cogió un taxi para ir a casa. «Gr<strong>and</strong>pére va a tener una buena<br />

sorpresa cu<strong>and</strong>o me vea», pensó. La universidad en Gran Bretaña había<br />

terminado unos días antes, y ella estaba impaciente por ver a su abuelo y<br />

explicarle todos los métodos de encriptación que estaba estudi<strong>and</strong>o.<br />

Sin embargo, cu<strong>and</strong>o llegó a casa, su abuelo no estaba. A pesar de<br />

saber que no la esperaba, no pudo evitar cierta decepción. Seguramente<br />

estaría trabaj<strong>and</strong>o en el Louvre. Pero cayó en la cuenta de que era sábado. Él<br />

no solía trabajar los fines de semana. Los fines se mana los dedicaba<br />

normalmente a...<br />

Sonrió y salió disparada al garaje. <strong>El</strong> coche no estaba, claro. Jacques<br />

Saunière detestaba conducir por la ciudad, y el coche lo tenía para<br />

desplazarse a un único destino, su Château de Norm<strong>and</strong>ía, al norte de París.<br />

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