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El código Da Vinci - Colonial Tour and Travel

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<strong>Da</strong>n Brown <strong>El</strong> <strong>código</strong> <strong>Da</strong> <strong>Vinci</strong><br />

41<br />

En el exterior de Castel G<strong>and</strong>olfo, una ráfaga de aire de las montañas<br />

bajó hasta los riscos y el obispo Aringarosa, que descendía del coche en<br />

aquel momento, sintió un poco de frío. «Tendría que haberme traído algo<br />

más que esta sotana», pensó, haciendo esfuerzos por no estremecerse.<br />

Aquella noche, no le convenía lo más mínimo pasar por débil o miedoso.<br />

<strong>El</strong> castillo estaba a oscuras, exceptu<strong>and</strong>o las ventanas más altas, muy<br />

iluminadas. «La biblioteca —pensó—. Están despiertos y esperándome.» Bajó<br />

la cabeza para protegerse del viento y avanzó sin dedicar siquiera una<br />

mirada a las cúpulas del observatorio.<br />

<strong>El</strong> sacerdote que le recibió en la puerta tenía aspecto soñoliento. Era el<br />

mismo que había salido a esperarlo hacía cinco meses, aunque en esa noche<br />

se mostraba mucho menos hospitalario.<br />

—Estábamos preocupados por usted, obispo —dijo el sacerdote<br />

mirándose el reloj, más molesto que angustiado.<br />

—Lo siento. Hoy en día las compañías aéreas ya no son lo que eran.<br />

<strong>El</strong> sacerdote murmuró algo inaudible.<br />

—Le esperan arriba —añadió—. Le indicaré el camino.<br />

La biblioteca era una enorme sala cuadrada revestida de madera oscura<br />

desde el suelo hasta el techo. En sus cuatro paredes, las altas estanterías<br />

estaban atestadas de libros. <strong>El</strong> suelo era de mármol ámbar con franjas de<br />

basalto negro que formaban un dibujo y recordaban que aquel edificio había<br />

sido un espléndido palacio.<br />

—Bienvenido, obispo —dijo una voz de hombre que venía del otro<br />

extremo de la sala. Aringarosa intentó ver quién le había hablado, pero la luz<br />

era demasiado tenue, mucho más que en su primera visita, en la que todo<br />

estaba perfectamente iluminado. «La noche del crudo despertar.»<br />

Pero ahora los hombres estaban sentados en penumbra, como si de<br />

algún modo se avergonzaran de lo que estaba a punto de suceder.<br />

Aringarosa entró despacio, casi parsimoniosamente. Veía los perfiles de<br />

tres hombres sentados en una mesa larga, al fondo de la biblioteca.<br />

Reconoció al momento la silueta del que estaba en medio —el obeso<br />

Secretario Vaticano, responsable máximo de todos los asuntos legales de la<br />

Santa Sede. Los otros dos eran cardenales italianos de alto rango.<br />

Aringarosa atravesó el espacio que le separaba de ellos.<br />

—Mis más humildes disculpas por el retraso. Nuestras zonas horarias<br />

son distintas. Deben de estar cansados.<br />

—No, en absoluto —respondió el Secretario con las manos entrelazadas<br />

sobre su enorme barriga—. Le agradecemos que haya ve nido hasta aquí. Lo<br />

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