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El código Da Vinci - Colonial Tour and Travel

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<strong>Da</strong>n Brown <strong>El</strong> <strong>código</strong> <strong>Da</strong> <strong>Vinci</strong><br />

llaves y no lo esperaba hasta dentro de dos horas. Quien llamaba debía de<br />

ser un indigente, o algún curioso. Siguió aspir<strong>and</strong>o, pero volvieron a llamar,<br />

esta vez con más insistencia. «¿Es que no sabe leer?» <strong>El</strong> cartel de la puerta lo<br />

indicaba claramente: la iglesia no abría hasta las nueve y media los sábados.<br />

Así que siguió con sus obligaciones.<br />

Al cabo de poco, era ya como si alguien estuviera golpe<strong>and</strong>o la puerta<br />

con una barra de hierro. <strong>El</strong> joven apagó el aspirador, se dirigió de mal humor<br />

hasta la puerta y la abrió con brusquedad. Al otro lado había tres personas.<br />

«Turistas», murmuró.<br />

—No abrimos hasta las nueve y media.<br />

<strong>El</strong> hombre más corpulento, que parecía ser el líder, dio un paso al<br />

frente ayudado por sus muletas.<br />

—Soy sir Leigh Teabing —le dijo con su acento aristocrático—. Como<br />

sin duda no le habrá pasado por alto, vengo acompañ<strong>and</strong>o al señor<br />

Cristopher Wren IV y a su esposa.<br />

Se apartó un poco y con una floritura alargó el brazo en dirección a la<br />

atractiva pareja que estaba detrás. <strong>El</strong>la tenía unos rasgos muy delicados y el<br />

pelo largo y rojizo. Él era alto, moreno y su rostro le resultaba vagamente<br />

familiar.<br />

<strong>El</strong> monaguillo se había quedado sin saber qué decir. Sir Cristopher<br />

Wren era el benefactor más famoso de la iglesia del Temple, y gracias a él se<br />

habían llevado a cabo todas las restauraciones necesarias tras los daños<br />

provocados por el Gran Incendio. Pero es que, además, llevaba muerto desde<br />

principios del siglo XVIII.<br />

—Eh... un honor conocerle.<br />

<strong>El</strong> hombre de las muletas frunció el ceño.<br />

—Menos mal que no eres vendedor, porque la verdad es que no resultas<br />

muy convincente. ¿Dónde está el reverendo Knowles?<br />

—Es sábado. Hoy viene más tarde.<br />

<strong>El</strong> tullido torció todavía más el gesto.<br />

—A esto lo llamo yo agradecimiento. Nos aseguró que estaría aquí, pero<br />

por lo que se ve tendremos que ingeniárnoslas solos. No tardaremos.<br />

<strong>El</strong> monaguillo seguía cerrándoles el paso.<br />

—Disculpe, ¿no tardarán en hacer qué?<br />

Teabing lo miró con severidad. Se le acercó y le susurró algo, como para<br />

evitarles a todos pasar por una situación embarazosa.<br />

—Joven, usted debe de ser nuevo. Todos los años, los descendientes de<br />

sir Cristopher Wren traen un puñado de cenizas de su antepasado para<br />

esparcirlas por el santuario del Temple. Es algo que estipuló él en su<br />

testamento. A nadie le apetece demasiado hacer el viaje hasta aquí, pero<br />

¿qué otra cosa se puede hacer?<br />

<strong>El</strong> monaguillo llevaba ahí un par de años y nunca había oído hablar de<br />

esa costumbre.<br />

—Sería mejor que esperaran hasta las nueve y media. La iglesia todavía<br />

no está abierta, y yo no he terminado de pasar el aspirador.<br />

<strong>El</strong> hombre de las muletas lo miró enfadado.<br />

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