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El código Da Vinci - Colonial Tour and Travel

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<strong>Da</strong>n Brown <strong>El</strong> <strong>código</strong> <strong>Da</strong> <strong>Vinci</strong><br />

—Nos ha impresionado a todos —decía la enfermera con expresión<br />

alegre—. Casi un milagro.<br />

<strong>El</strong> obispo Aringarosa le dedicó una sonrisa.<br />

—Siempre me he sentido bendecido.<br />

Al cabo de un momento, la enfermera salió y lo dejó solo. La luz del sol,<br />

reconfortante, le calentaba el rostro. La noche anterior había sido la más<br />

tenebrosa de su vida.<br />

Al momento pensó en Silas. Habían encontrado su cadáver en el<br />

parque.<br />

«Por favor, perdóname, hijo mío.»<br />

Aringarosa había querido que Silas formara parte de su glorioso plan.<br />

Sin embargo, la víspera, había recibido una llamada de Bezu Fache en la que<br />

éste le interrogaba sobre su aparente implicación en la muerte de una monja<br />

en Saint-Sulpice. En ese momento constató que la noche había dado un giro<br />

terrorífico. <strong>El</strong> conocimiento de las otras cuatro muertes había convertido el<br />

horror en angustia. «Silas, ¿qué has hecho?» Incapaz de ponerse en contacto<br />

con <strong>El</strong> Maestro, el obispo supo que estaba suspendido en el vacío. «Me han<br />

utilizado.» La única manera de detener la terrible cadena de acontecimientos<br />

que él había contribuido a iniciar era confesárselo todo a Fache. A partir de<br />

ese momento, el capitán y él habían iniciado una carrera para atrapar a<br />

Silas e impedir que <strong>El</strong> Maestro lo convenciera para matar a alguien más.<br />

Agotado, Aringarosa cerró los ojos y oyó en la televisión la noticia de la<br />

detención de un destacado caballero británico, sir Leigh Teabing. «<strong>El</strong> Maestro<br />

al descubierto, que lo vean todos.» A Teabing le habían llegado voces de que<br />

el Vaticano quería apartarse del Opus Dei. Y había escogido a Aringarosa<br />

como pieza central de su plan. «Después de todo, ¿quién más dispuesto a<br />

dar un salto en el vacío para ir en busca del Grial que un hombre como yo,<br />

con todo que perder? <strong>El</strong> Grial habría proporcionado un enorme poder a<br />

quien lo poseyera.»<br />

Leigh Teabing había protegido celosamente su identidad fingiendo un<br />

acento francés y un corazón pío, y exigiendo como pago la única cosa que a<br />

él no le hacía falta: dinero. Aringarosa estaba tan desesperado que no<br />

sospechó en ningún momento. Veinte millones de euros no era nada<br />

comparado con el premio del Grial, y con el pago que el Vaticano iba a<br />

hacerles por consumar la escisión, económicamente no habría ningún<br />

problema. «No hay más ciego que el que no quiere ver.» <strong>El</strong> mayor insulto de<br />

Teabing, claro, había sido exigir que le pagaran con bonos vaticanos, de<br />

manera que si algo salía mal, la investigación salpicara a la Santa Sede.<br />

—Me alegro de que se encuentre bien, señor.<br />

Aringarosa reconoció al momento la voz áspera que le hablaba desde la<br />

puerta: rasgos adustos, fuertes, pelo negro engominado, cuello ancho que<br />

resaltaba contra el traje oscuro.<br />

—¿Capitán Fache? —tanteó Aringarosa.<br />

La compasión y la preocupación que el capitán había demostrado ante<br />

su llamada de auxilio la noche anterior le habían hecho imaginar un físico<br />

más en consonancia.<br />

Fache se acercó a la cama y abrió sobre una silla un maletín negro que<br />

le resultaba familiar.<br />

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