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El código Da Vinci - Colonial Tour and Travel

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<strong>Da</strong>n Brown <strong>El</strong> <strong>código</strong> <strong>Da</strong> <strong>Vinci</strong><br />

compañeros de trabajo. Siguiendo la tradición arquitectónica, la abadía tenía<br />

la forma de un enorme crucifijo. Pero a diferencia de muchas otras iglesias,<br />

la entrada estaba en un lateral y no se hacía, como de costumbre, a través<br />

de un nártex abierto al fondo de la nave. Es más, la abadía contaba con una<br />

serie de claustros contiguos. Un paso en falso a través de la puerta que no<br />

era y el visitante podía perderse en una sucesión de pasajes exteriores<br />

rodeados de altos muros.<br />

—Los guías llevan un uniforme rojo —le dijo Langdon acercándose al<br />

centro de la iglesia.<br />

Miró al otro lado del altar dorado y se fijó en el extremo opuesto del<br />

transepto sur. Había varias personas agachadas en el suelo. Aquella manera<br />

de gatear era habitual en los peregrinos que visitaban el Rincón de los<br />

Poetas, aunque su postura era mucho menos santa de lo que pudiera<br />

parecer. «Los turistas calcan las inscripciones de las lápidas.»<br />

—Pues yo no veo a ningún guía —respondió Sophie—. ¿Y si intentamos<br />

encontrar la tumba solos?<br />

Sin decir nada, Langdon la llevó hasta el centro del templo y le señaló a<br />

la derecha.<br />

Sophie ahogó un grito de asombro al ver la longitud de la nave central,<br />

la magnitud real del edificio que ahora se abría ante su vista.<br />

—No, claro, mejor buscamos a un guía.<br />

En aquel preciso instante, a unos cien metros de aquella misma nave,<br />

la imponente tumba de sir Isaac Newton tenía un visitante solitario. <strong>El</strong><br />

Maestro llevaba diez minutos estudi<strong>and</strong>o con detalle el sepulcro.<br />

Se componía de un inmenso sarcófago de mármol negro sobre el que<br />

reposaba la escultura reclinada de sir Isaac Newton, que lo representaba<br />

ataviado con ropas clásicas, apoyado con orgullo junto a una pila con<br />

algunos de sus libros: Divinidad, Cronología, Óptica y Philosophiae<br />

Naturales Principia Mahematica. A sus pies había dos angelotes que<br />

sostenían un pergamino. Tras el cuerpo yaciente de Newton se alzaba una<br />

austera pirámide. Aunque en sí misma parecía una rareza, lo que más<br />

intrigaba a <strong>El</strong> Maestro era la enorme figura que surgía hacia la mitad de<br />

aquella estructura.<br />

«Un orbe.»<br />

<strong>El</strong> Maestro pensó en el críptico acertijo de Saunière. «<strong>El</strong> orbe que en su<br />

tumba estar debiera / buscad, os hablará de muchas cosas, / De carne rosa<br />

y vientre fecundado.» <strong>El</strong> gran orbe que sobresalía de la pirámide estaba<br />

labrado con bajorrelieves que representaban todo tipo de cuerpos celestes,<br />

constelaciones, signos del zodíaco, cometas, estrellas y planetas. Por encima,<br />

la imagen de la Diosa de la Astronomía bajo un campo de estrellas.<br />

«Incontables orbes.»<br />

<strong>El</strong> Maestro había creído que una vez encontrara la tumba, dar con el<br />

orbe que faltaba sería sencillo. Pero ahora ya no estaba tan seguro. Tenía<br />

delante el complicado mapa de los cielos. ¿Acaso faltaba algún planeta? ¿Se<br />

había omitido algún astro de alguna constelación?<br />

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