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El código Da Vinci - Colonial Tour and Travel

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<strong>Da</strong>n Brown <strong>El</strong> <strong>código</strong> <strong>Da</strong> <strong>Vinci</strong><br />

35<br />

<strong>El</strong> interior de la Gare Saint-Lazare se parecía a cualquier otra estación<br />

de tren europea, una caverna en parte cerrada y en parte abierta habitada<br />

por los sospechosos habituales: hombres sin techo con carteles escritos<br />

sobre trozos de cartón, grupos de universitarios de ojos legañosos durmiendo<br />

en sacos de dormir y con los auriculares de sus MP3 puestos, y algún que<br />

otro mozo de equipajes, ataviado con su uniforme azul, fum<strong>and</strong>o un<br />

cigarrillo.<br />

Sophie alzó la vista para leer el enorme panel de información que tenía<br />

encima. Las placas blancas y negras empezaron a tabletear y actualizaron<br />

las siguientes salidas. <strong>El</strong> primer destino era Lille, en el rápido de las 3:06.<br />

—Ojalá saliera antes —dijo Sophie—, pero tendrá que ser Lille.<br />

«¿Antes?» Langdon consultó su reloj. Pero si eran las 2:59. Sólo faltaban<br />

siete minutos y aún no habían comprado los billetes.<br />

Sophie lo llevó al mostrador de venta.<br />

—Compra dos billetes con tu tarjeta de crédito.<br />

—Yo creía que las tarjetas quedan registradas y que se puede hacer un<br />

seguimiento de...<br />

—Precisamente por eso.<br />

Langdon decidió que era mejor no intentar adelantarse al pensamiento<br />

de Sophie Neveu. Con su Visa, compró los dos billetes a Lille y se los dio a<br />

Sophie. <strong>El</strong>la lo llevó hasta los <strong>and</strong>enes, donde al ding-dong habitual siguió el<br />

anuncio por megafonía de que el tren de Lille estaba a punto de salir.<br />

Bastante más allá, a su derecha, en el <strong>and</strong>én tres, la locomotora ya<br />

ronroneaba y silbaba preparándose para arrancar, pero Sophie cogió a<br />

Langdon del brazo y empezó a guiarlo justo en dirección contraria. Cruzaron<br />

corriendo un vestíbulo lateral, en traron en un café abierto toda la noche y<br />

finalmente salieron por otra puerta a una calle tranquila, del otro lado de la<br />

estación.<br />

Junto a la puerta aguardaba un único taxi.<br />

<strong>El</strong> taxista vio a Sophie y apagó y encendió las luces, y los dos se<br />

montaron en el asiento de atrás.<br />

Mientras el taxi se alejaba de la Gare Saint-Lazare, Sophie sacó los dos<br />

billetes de tren que acababan de comprar y los rompió.<br />

Langdon suspiró. «Setenta dólares a la basura.»<br />

Hasta que el vehículo llevaba un rato avanz<strong>and</strong>o a un ritmo monótono<br />

por la Rué de Clichy, rumbo al norte, Langdon no tuvo la sensación real de<br />

haber escapado. Por la ventana, a la derecha, distinguió Montmartre y la<br />

hermosa cúpula del Sacre Coeur, imágenes que se vieron interrumpidas por<br />

el destello de una sirena de la policía que cruzó a toda prisa en dirección<br />

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