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El código Da Vinci - Colonial Tour and Travel

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<strong>Da</strong>n Brown <strong>El</strong> <strong>código</strong> <strong>Da</strong> <strong>Vinci</strong><br />

Langdon desestimó aquella posibilidad al instante.<br />

—Leigh, tú mismo lo has dicho. Esta iglesia fue construida por los<br />

templarios, el brazo armado del Priorato. Y, no sé, supongo que su Gran<br />

Maestre tendría que saber si los caballeros estaban o no estaban enterrados<br />

aquí.<br />

Teabing estaba totalmente anonadado.<br />

—Pero es que este sitio es perfecto. —Se acercó más a las efigies—.<br />

Seguro que hay algo que se nos está escap<strong>and</strong>o. Al acceder al anexo, al<br />

monaguillo le sorprendió no encontrar a nadie.<br />

—¿Señor Knowles?<br />

«Estoy seguro de que he oído el ruido de la puerta», pensó<br />

adelantándose para ver si había alguien en la entrada.<br />

Junto al quicio había un hombre delgado vestido con esmoquin que se<br />

rascaba la cabeza y parecía desorientado. <strong>El</strong> monaguillo gruñó, irritado, al<br />

darse cuenta de que se le había olvidado echar el cerrojo cu<strong>and</strong>o dejó pasar<br />

a los otros. Y ahora un imbécil que parecía haberse perdido estaba ahí, a<br />

punto de llegar tarde a una boda, a juzgar por su atuendo.<br />

—Lo siento —gritó desde una columna—, pero está cerrado.<br />

Tras él se agitó un girón de ropa, y sin saber cómo, la cabeza se le fue<br />

hacia atrás y notó una mano que le tapaba la boca y ahogaba su grito.<br />

Aquellos dedos eran blancos como la nieve, y olían a alcohol.<br />

<strong>El</strong> hombre del esmoquin sacó un revólver muy pequeño y apuntó<br />

directamente a la frente del chico.<br />

<strong>El</strong> monaguillo notó un calor en la entrepierna y se dio cuenta de que se<br />

había orinado encima.<br />

—Ahora escucha con atención —le dijo el hombre del esmoquin—. Vas a<br />

salir de esta iglesia en silencio y vas a empezar a correr. ¿Está claro?<br />

<strong>El</strong> joven asintió como pudo con aquella mano blanca en la boca.<br />

—Si llamas a la policía... iremos a por ti —añadió, hundiéndole el cañón<br />

de la pistola en la piel.<br />

En cuestión de segundos, el joven ya había salido de la iglesia y estaba<br />

corriendo sin ninguna intención de detenerse.<br />

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