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El código Da Vinci - Colonial Tour and Travel

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<strong>Da</strong>n Brown <strong>El</strong> <strong>código</strong> <strong>Da</strong> <strong>Vinci</strong><br />

Dio la espalda a sus dos acompañantes, se fue hasta los altos<br />

ventanales y buscó sin éxito la inspiración entre aquel mosaico de cristales<br />

de colores.<br />

«Ponte en la mente de Saunière —se instó a sí mismo mir<strong>and</strong>o hacia el<br />

College Garden—. ¿Cuál es el orbe que a él le parecería que falta en el<br />

sepulcro de Newton? Contra la lluvia intermitente veía reflejarse imágenes de<br />

planetas, estrellas y cometas, pero Langdon las ignoraba. Saunière no era un<br />

hombre de ciencia; era un humanista, un amante del arte, de la historia. «La<br />

divinidad femenina...el cáliz... la rosa... María Magdalena silenciada... la<br />

caída de la diosa... el Santo Grial.»<br />

La leyenda siempre había representado al Grial como una mujer cruel,<br />

que bailaba entre las sombras, fuera del alcance de tu vista, susurrándote al<br />

oído, incitándote a dar un paso más y desvaneciéndose luego en la niebla.<br />

Ahí, entre los árboles del College Garden, Langdon creía sentir su<br />

escurridiza presencia. Había señales por todas partes. Como una silueta<br />

provocativa que emergiera entre la niebla, en las ramas del manzano más<br />

antiguo de Gran Bretaña brotaban flores de cinco pétalos, brillantes como<br />

Venus. La diosa estaba en el jardín. Bailaba con la lluvia, cantaba canciones<br />

de todas las épocas, asomándose desde detrás de las ramas cuajadas de<br />

capullos como para recordarle a Langdon que el fruto del conocimiento<br />

crecía ahí mismo, apenas fuera de su alcance.<br />

Al otro lado de la sala, sir Leigh Teabing observaba sin temor a su<br />

amigo, que miraba por la ventana como hipnotizado.<br />

«Tal como había supuesto —pensó—. Aceptará mi propuesta.»<br />

Desde hacía tiempo, Teabing sospechaba que Langdon podía tener la<br />

llave que abría el Grial. No había sido casualidad que sir Leigh hubiera<br />

puesto en marcha su plan la misma noche en que Langdon debía reunirse<br />

con Saunière. A partir de sus escuchas al conservador del Louvre, Teabing<br />

había llegado a la conclusión de que su interés por conocer a Robert en<br />

privado sólo podían significar una cosa. «<strong>El</strong> misterioso libro no publicado de<br />

Langdon había “tocado hueso” en el Priorato; Langdon había tropezado con<br />

una verdad y Saunière temía que se hiciera pública.» Teabing estaba seguro<br />

de que el Gran Maestre quería pedirle que no la divulgara.<br />

«¡La verdad ya se ha silenciado demasiado tiempo!»<br />

Sir Leigh sabía que tenía que actuar deprisa. <strong>El</strong> ataque de Silas serviría<br />

a dos fines: impediría que Saunière convenciera a Langdon para que no<br />

hablara, y aseguraría que, una vez la clave se hallara en poder de Teabing,<br />

Langdon ya estuviera en París, por si tuviera que necesitarlo.<br />

Preparar el encuentro fatal entre el conservador del Louvre y Silas había<br />

sido casi demasiado sencillo. «Tenía información privilegiada sobre los más<br />

recónditos temores de Saunière.» <strong>El</strong> día anterior, Silas le había telefoneado y<br />

se había hecho pasar por un cura muy preocupado.<br />

—Monsieur Saunière, discúlpeme, pero debo hablar con usted<br />

urgentemente. No revelaría nunca un secreto de confesión, pero en este caso<br />

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