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El código Da Vinci - Colonial Tour and Travel

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<strong>Da</strong>n Brown <strong>El</strong> <strong>código</strong> <strong>Da</strong> <strong>Vinci</strong><br />

—La Santa Sede siempre les estará agradecidos por ello —replicó el<br />

secretario con tono conciliador—, pero aún hay quien cree que su apoyo<br />

financiero en 1982 es el único motivo por el que se les concedió el estatus de<br />

prelatura.<br />

—¡Eso no es verdad! —Aquella insinuación ofendía profundamente a<br />

Aringarosa.<br />

—Sea como sea, pretendemos actuar de buena fe. Estamos redact<strong>and</strong>o<br />

unos términos de separación que incluyan la devolución de ese dinero, que<br />

pagaremos en cinco plazos.<br />

—¿Pretende comprarme? —inquirió el obispo—. ¿Taparme la boca con<br />

dinero para que no hable? Si el Opus Dei es la única voz razonable que<br />

queda en la Iglesia!<br />

Uno de los cardenales levantó la vista.<br />

—Disculpe, ¿ha dicho usted «razonable»?<br />

Aringarosa se apoyó en la mesa y endureció el tono de su voz.<br />

—¿De verdad se preguntan por qué los católicos están ab<strong>and</strong>on<strong>and</strong>o la<br />

Iglesia? Mire a su alrededor, cardenal. La gente ha perdido el respeto. Los<br />

rigores de la fe ya no existen. La doctrina se ha convertido en un buffet libre.<br />

La abstinencia, la confesión, la comunión, el bautismo, la misa, escojan lo<br />

que quieran, elijan la combinación que más les convenga y olvídense del<br />

resto. ¿Qué tipo de guía espiritual ofrece la Iglesia?<br />

—Las leyes del siglo III no pueden aplicarse a los modernos seguidores<br />

de Cristo. Esas reglas no son aplicables en la sociedad de hoy.<br />

—Pues en el Opus las aplicamos sin problemas.<br />

—Obispo Aringarosa —intervino el Secretario para zanjar la cuestión—.<br />

En base al respeto que siente por la relación entre su organización y el<br />

anterior Papa, Su Santidad les da seis meses para que rompan<br />

voluntariamente su vínculo con el Vaticano. Le sugiero que para hacerlo<br />

aleguen sus diferencias de opinión con Roma y que se establezcan como<br />

organización cristiana.<br />

—¡Me niego! —declaró Aringarosa—. ¡Y pienso decírselo en persona!<br />

—¡Me temo que Su Santidad no tiene intención de recibirlo!<br />

<strong>El</strong> obispo se puso en pie.<br />

—¡No se atreverá a abolir una prelatura personal establecida por un<br />

Papa anterior!<br />

—Lo siento. —Los ojos del Secretario no parpadeaban—. <strong>El</strong> Señor nos lo<br />

da y el Señor nos lo quita.<br />

Aringarosa había salido de aquella reunión desconcertado, aterrorizado.<br />

Al volver a Nueva York, se había pasado días mir<strong>and</strong>o por la ventana el perfil<br />

de la ciudad, abatido, lleno de tristeza por el futuro de la cristi<strong>and</strong>ad.<br />

Habían transcurrido varias semanas cu<strong>and</strong>o recibió la llamada<br />

telefónica que lo cambió todo. Su interlocutor parecía francés y se identificó<br />

como «<strong>El</strong> Maestro», un título común en la prelatura. Dijo que conocía los<br />

planes del Vaticano de retirar su apoyo a la Obra.<br />

«¿Cómo puede saber algo así?», se preguntó Aringarosa. Tenía la<br />

esperanza de que sólo unas pocas personalidades influyentes tuvieran<br />

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