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El código Da Vinci - Colonial Tour and Travel

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<strong>Da</strong>n Brown <strong>El</strong> <strong>código</strong> <strong>Da</strong> <strong>Vinci</strong><br />

Sophie cogió la llave dorada de lector óptico y volvió a fijarse en aquel<br />

dispositivo. Debajo de la pantalla había un orificio triangular.<br />

—Algo me dice que va a encajar —dijo Langdon.<br />

Sophie metió en él la base de la llave, idéntica en forma, y la introdujo<br />

hasta el fondo, Al parecer, no hacía falta girar aquel tipo de llaves. Al<br />

momento, la reja empezó a abrirse. Sophie levantó el pie del freno y<br />

descendió por la rampa hasta una segunda reja, junto a la que había otro de<br />

esos cajeros. Detrás de ellos, la primera reja se cerró, y los dejó atrapados<br />

como un barco entre las compuertas de una esclusa.<br />

A Langdon no le hacía ninguna gracia esa sensación de encerramiento.<br />

«Esperemos que esta también se abra.»<br />

<strong>El</strong> segundo podio funcionaba con el mismo sistema.<br />

INSERTE LLAVE<br />

Cu<strong>and</strong>o Sophie lo hizo, la segunda reja se abrió al momento. Instantes<br />

después, ya estaban baj<strong>and</strong>o por la espiral de aquella rampa hasta las<br />

entrañas del edificio.<br />

<strong>El</strong> garaje era pequeño y estaba poco iluminado, con sitio para unos doce<br />

coches. Al fondo, Langdon divisó la entrada principal. Sobre el suelo de<br />

cemento se extendía una alfombra roja que invitaba a los clientes a<br />

traspasar una enorme puerta metálica de aspecto macizo.<br />

«Esto sí que es un buen ejemplo de mensajes contradictorios —pensó<br />

Langdon—. Bienvenidos y Prohibida la entrada.»<br />

Sophie aparcó en una plaza que quedaba cerca de la entrada y paró el<br />

motor.<br />

—Mejor que dejes aquí la pistola.<br />

«Será un placer», se dijo para sus adentros, metiéndola debajo del<br />

asiento.<br />

Se bajaron del coche y se acercaron a la puerta de acero camin<strong>and</strong>o<br />

sobre la alfombra roja. No tenía tirador, pero en la pared, al lado, había otro<br />

orificio triangular, esta vez sin indicaciones.<br />

—Es para disuadir a los tontos.<br />

Sophie se rió, nerviosa.<br />

—Vamos allá.<br />

Metió la llave en el orificio, y la puerta se abrió con un ligero chasquido.<br />

Se intercambiaron una mirada y entraron. La puerta se cerró a sus espaldas.<br />

La decoración del vestíbulo del Banco de Depósitos de Zúrich era la más<br />

impresionante que Langdon había visto en su vida. Allí donde la mayoría de<br />

bancos se conformaban con los mármoles y los granitos de rigor, éste había<br />

optado por recubrirlo todo de placas y remaches de metal.<br />

«¿Quién paga la decoración? —se preguntó Langdon—. ¿Aceros<br />

Industriales?»<br />

Sophie parecía sentirse igualmente intimidada.<br />

Había acero por todas partes: en el suelo, en los mostradores, en las<br />

puertas, y hasta las sillas parecían de hierro forjado. Con todo, el efecto era<br />

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