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El código Da Vinci - Colonial Tour and Travel

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<strong>Da</strong>n Brown <strong>El</strong> <strong>código</strong> <strong>Da</strong> <strong>Vinci</strong><br />

Fache volvió a fijarse en aquella secuencia. Era verdad. Todos los<br />

dígitos eran la suma de los dos dígitos anteriores, aunque no veía qué tenía<br />

que ver aquello con la muerte de Saunière.<br />

—<strong>El</strong> matemático Leonardo Fibonacci creó esta sucesión de números en<br />

el siglo XIII. Es obvio que no puede ser casual que el conservador escribiera<br />

en el suelo todos los números de la famosa secuencia.<br />

Fache se quedó mir<strong>and</strong>o a la joven unos instantes.<br />

—Muy bien, si no es ninguna coincidencia, dígame entonces por qué<br />

hizo Saunière una cosa así. ¿Qué es lo que nos dice? ¿Qué nos quiere decir?<br />

Sophie se encogió de hombros.<br />

—Nada de nada. Esa es la cuestión. Se trata de una broma criptográfica<br />

muy simple. Algo así como coger las palabras de un poema famoso y<br />

mezclarlas aleatoriamente para ver si alguien reconoce lo que tienen en<br />

común.<br />

Fache se adelantó amenazadoramente y quedó a sólo unos centímetros<br />

de la agente.<br />

—Sinceramente, espero que tenga alguna explicación más convincente<br />

que esta.<br />

La dulce expresión de Sophie se endureció al momento.<br />

—Capitán, teniendo en cuenta lo que está en juego aquí esta noche,<br />

creo que le interesará saber que jacques Saunière podría estar jug<strong>and</strong>o a<br />

desorientarle. Pero por lo que se ve a usted no le interesa entrar en su juego.<br />

Informaré al director de Criptografía de que ya no precisa de nuestros<br />

servicios.<br />

Dicho aquello, Sophie dio media vuelta y se alejó por donde había<br />

venido.<br />

Atónito, el capitán la vio desaparecer en la oscuridad. «¿Se ha vuelto<br />

loca?» Sophie Neveu acababa de redefinir el concepto de «suicidio<br />

profesional».<br />

Volvió la cabeza para mirar a Langdon, que seguía pegado al teléfono,<br />

más preocupado que antes, escuch<strong>and</strong>o con atención el mensaje. «La<br />

Embajada de los Estados Unidos.» Había muchas cosas por las que Bezu<br />

Fache sentía desprecio, pero pocas le encolerizaban tanto como la Embajada<br />

americana.<br />

Fache y el embajador se enfrentaban con cierta regularidad en relación<br />

a asuntos de Estado de competencia conjunta. Su caballo de batalla más<br />

frecuente era el cumplimiento de la ley por parte de los ciudadanos<br />

estadounidenses. Casi a diario la DCPJ detenía a alumnos americanos que<br />

participaban en intercambios escolares en posesión de drogas; a empresarios<br />

americanos que habían solicitado los servicios de prostitutas menores de<br />

edad, a turistas americanos que robaban en las tiendas o atentaban contra<br />

la propiedad privada. Legalmente, la Embajada de los Estados Unidos estaba<br />

facultada para intervenir y extraditar a los culpables a su país, donde<br />

recibían poco más que una palmada en el trasero.<br />

Y eso era lo que hacía siempre la embajada.<br />

L’émasculation de la Pólice Judiciaire, lo llamaba Fache. <strong>El</strong> París Match<br />

había publicado hacía poco una tira cómica en la que Fache aparecía como<br />

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