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El código Da Vinci - Colonial Tour and Travel

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<strong>Da</strong>n Brown <strong>El</strong> <strong>código</strong> <strong>Da</strong> <strong>Vinci</strong><br />

comunicación empezaban a referirse al Opus como la «mafia de Dios», o el<br />

«Culto idólatra a Cristo».<br />

«Tememos aquello que no entendemos», pensó Aringarosa,<br />

preguntándose si aquellos críticos tenían idea de cuántas vidas había hecho<br />

más plenas la Obra. <strong>El</strong> grupo gozaba del apoyo y la bendición plena del<br />

Vaticano. «<strong>El</strong> Opus Dei es una prelatura personal del Papa.»<br />

Sin embargo, en los últimos tiempos, el Opus se había visto amenazado<br />

por una fuerza infinitamente más poderosa que la de los medios... un<br />

enemigo inesperado del que Aringarosa no tenía modo de esconderse. Hacía<br />

cinco meses, el caleidoscopio del poder se había agitado y él aún se estaba<br />

tambale<strong>and</strong>o por culpa de la sacudida.<br />

—No son conscientes de la guerra que han iniciado —murmuró para<br />

sus adentros, mir<strong>and</strong>o la oscuridad que lo invadía todo al otro lado de la<br />

ventanilla del avión.<br />

Por un instante sus ojos captaron el reflejo de su propio rostro: oscuro y<br />

alargado, dominado por una nariz chata y torcida, rota en una pelea en sus<br />

tiempos de joven misionero en España. Ya casi no se fijaba en aquel defecto<br />

físico. <strong>El</strong> mundo de Aringarosa era del espíritu, no de la carne.<br />

Cu<strong>and</strong>o el avión empezaba a sobrevolar las costas de Portugal, su<br />

teléfono móvil empezó a vibrar. A pesar de la normativa aérea que prohibía el<br />

uso de dispositivos electrónicos durante el vuelo, el obispo sabía que no<br />

podía dejar de contestar aquella llamada. Sólo un hombre conocía aquel<br />

número, el hombre que le había enviado aquel teléfono.<br />

Excitado, Aringarosa respondió en voz baja.<br />

—¿Sí?<br />

—Silas ha encontrado la clave —dijo su interlocutor—. Está en París.<br />

En la iglesia de Saint-Sulpice.<br />

<strong>El</strong> obispo sonrió.<br />

—Entonces estamos cerca.<br />

—La podemos conseguir inmediatamente. Pero necesitamos su<br />

influencia.<br />

—Desde luego. Dígame qué tengo que hacer.<br />

Cu<strong>and</strong>o Aringarosa desconectó el teléfono, el corazón le latía con fuerza.<br />

Volvió a contemplar la oscuridad de la noche, empequeñecido por la<br />

magnitud de los acontecimientos que había puesto en marcha.<br />

A casi mil kilómetros de allí, el albino Silas se encontraba frente a un<br />

pequeño lavamanos lleno de agua, limpiándose la sangre de la espalda. Las<br />

gotas se hundían en él y creaban formas. «Purifícame con hisopo, y seré<br />

limpio», rezaba, recit<strong>and</strong>o los Salmos. «Lávame, y seré más blanco que la<br />

nieve.»<br />

A Silas lo invadía una emoción y una impaciencia que no había sentido<br />

desde su otra vida y que lo electrizaba. Durante los diez años anteriores<br />

había seguido los preceptos de Camino, limpi<strong>and</strong>o sus pecados...<br />

reconstruyendo su vida... borr<strong>and</strong>o toda la violencia de su pasado. Pero<br />

aquella noche todo había vuelto a hacérsele presente. <strong>El</strong> odio que tanto se<br />

había esforzado por enterrar había sido convocado de nuevo. Y le había<br />

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