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El código Da Vinci - Colonial Tour and Travel

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<strong>Da</strong>n Brown <strong>El</strong> <strong>código</strong> <strong>Da</strong> <strong>Vinci</strong><br />

rompecabezas. «¿Cuántos domingos nos habíamos pasado resolviendo los<br />

crucigramas y los pasatiempos del periódico?»<br />

A los doce años, Sophie ya era capaz de completar sola el crucigrama de<br />

Le Monde, y su abuelo la introdujo en los crucigramas en inglés, los<br />

problemas matemáticos y los dameros numéricos. <strong>El</strong>la lo devoraba todo.<br />

Finalmente, había logrado hacer de su pasión su trabajo, y se convirtió en<br />

criptógrafa de la Policía Judicial.<br />

Esa noche, a la profesional que había en ella no le quedaba más<br />

remedio que elogiar la habilidad de su abuelo para unir, mediante un<br />

sencillo <strong>código</strong>, a dos perfectos desconocidos: ella misma y Robert Langdon.<br />

La cuestión era por qué lo había hecho.<br />

Desgraciadamente, a juzgar por la expresión de desconcierto del<br />

americano, éste no tenía más idea que ella de los motivos de su abuelo para<br />

reunirlos de aquel modo.<br />

—Usted y mi abuelo habían quedado en verse hoy —insistió Sophie—.<br />

¿Con qué motivo?<br />

Langdon parecía totalmente perplejo.<br />

—Su secretaria me llamó para proponerme el encuentro, y no mencionó<br />

ningún motivo en concreto. La verdad es que yo tampoco se lo pregunté.<br />

Supuse que se había enterado de que iba a dar una conferencia sobre la<br />

iconografía pagana en las catedrales francesas, que estaba interesado en el<br />

tema y que debió parecerle buena idea que nos conociéramos después y<br />

charláramos mientras nos tomábamos una copa.<br />

Sophie no se lo creyó. La explicación no se sostenía por ningún lado. Su<br />

abuelo sabía más que ninguna otra persona en el mundo sobre iconografía<br />

pagana. Y más aún, era una persona extremadamente reservada, nada dada<br />

a iniciar charlas intrascendentes con el primer profesor americano que se le<br />

cruzara en el camino, a menos que tuviera un motivo importante para<br />

hacerlo.<br />

Sophie aspiró hondo y volvió a insistir.<br />

—Mi abuelo me ha llamado esta misma tarde para decirme que él y yo<br />

estábamos en grave peligro. ¿Le dice algo eso?<br />

Los ojos de Langdon se nublaron.<br />

—No, pero teniendo en cuenta los hechos de esta noche...<br />

Sophie asintió. Teniendo en cuenta los hechos de esa noche, sería de<br />

imprudentes no tener miedo. Se sintió vacía, y se acercó a la ventana que<br />

había al fondo del aseo. A través de los cables de las alarmas pegados al<br />

vidrio miró hacia fuera en silencio. La altura era considerable. Al menos doce<br />

metros.<br />

Suspir<strong>and</strong>o, alzó la vista y contempló el deslumbrante perfil de París. A<br />

su izquierda, al otro lado del Sena, la Torre Eiffel iluminada. Justo enfrente,<br />

el Arco de Triunfo. Y a la derecha, en lo alto de la colina de Montmartre, la<br />

grácil cúpula arabizante del Sacre Coeur, con su piedra blanca y pulida<br />

respl<strong>and</strong>eciente como un santuario encendido.<br />

Allí, en el extremo más occidental del Ala Denon, la Place du Carrousel<br />

parecía pegarse al muro exterior del Louvre, separada sólo por una estrecha<br />

acera. A lo lejos, la cotidiana retahila de camiones de reparto, la pesadilla de<br />

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