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El código Da Vinci - Colonial Tour and Travel

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<strong>Da</strong>n Brown <strong>El</strong> <strong>código</strong> <strong>Da</strong> <strong>Vinci</strong><br />

—¡Pero qué es esto! No llames a la policía. Haz algo útil y trae alguna<br />

cuerda para inmovilizar a este monstruo.<br />

—¡Y un poco de hielo! —gritó Sophie al ver que se alejaba corriendo.<br />

Langdon volvió a notar que perdía el conocimiento. Más voces.<br />

Movimiento. Ahora estaba sentado en el diván. Sophie le había puesto una<br />

bolsa con hielo en la cabeza. Le dolía el cráneo. A medida que se le iba<br />

aclar<strong>and</strong>o la visión, iba haciéndosele más claro que tendido en el suelo había<br />

alguien. «¿Tengo alucinaciones?» <strong>El</strong> enorme cuerpo de un monje albino<br />

estaba atado y amordazado con cinta aislante. Tenía un corte en la barbilla y<br />

el hábito, por encima del muslo derecho, estaba empapado de sangre.<br />

También él parecía estar despert<strong>and</strong>o en ese momento.<br />

Langdon se volvió hacia Sophie.<br />

—¿Quién es este? ¿Qué... qué ha pasado?<br />

Teabing apareció coje<strong>and</strong>o en su campo de visión.<br />

—Te ha rescatado un caballero que bl<strong>and</strong>ía su Excalibur de Ortopedia<br />

Acmé.<br />

—¿Eh? —musitó Robert intent<strong>and</strong>o incorporarse.<br />

La caricia de Sophie era temblorosa pero tierna.<br />

—Espera un minuto, Robert.<br />

—Me temo —dijo Teabing— que acabo de demostrarle a tu amiga la<br />

desafortunada ventaja de mi defecto físico. Parece que todo el mundo te<br />

subestima.<br />

Desde el diván, Langdon miró al monje e intentó imaginar qué había<br />

pasado.<br />

—Llevaba puesto un cilicio —intervino Teabing.<br />

—¿Que llevaba qué?<br />

Teabing le señaló las tiras de piel con púas empapadas de sangre que<br />

había en el suelo.<br />

—Lo llevaba en el muslo. Y yo he apuntado bien.<br />

Langdon se rascó la cabeza. Había oído hablar de aquellos castigos<br />

corporales.<br />

—Pero... ¿cómo lo has sabido?<br />

Sir Leigh sonrió.<br />

—<strong>El</strong> cristianismo es mi campo de estudio, Robert, y hay ciertas<br />

organizaciones que no se esconden demasiado. —Con la punta de la muleta,<br />

señaló el hábito del monje empapado de sangre—. Como en este caso.<br />

—<strong>El</strong> Opus Dei —susurró Langdon, record<strong>and</strong>o que hacía poco los<br />

medios de comunicación habían revelado que importantes empresarios de<br />

Bostón pertenecían a esa organización. Algunos compañeros de trabajo,<br />

recelosos, los habían acusado públicamente de llevar cilicios debajo de los<br />

trajes, cosa que había resultado ser falsa. En realidad, como muchos otros<br />

miembros del Opus, aquellos empresarios eran «supernumerarios», y no se<br />

autoinfligían castigos corporales. Eran católicos devotos, padres entregados<br />

a sus hijos y miembros activos de sus respectivas comunidades. Como de<br />

costumbre, los medios de comunicación habían mencionado de pasada su<br />

compromiso espiritual antes de pasar a exponer con todo lujo de detalles los<br />

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