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El código Da Vinci - Colonial Tour and Travel

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<strong>Da</strong>n Brown <strong>El</strong> <strong>código</strong> <strong>Da</strong> <strong>Vinci</strong><br />

planteárselo siquiera.» Las últimas palabras del abuelo de Sophie le habían<br />

indicado que se pusiera en contacto con Langdon. Pero de involucrar a nadie<br />

más no había dicho nada. «Necesitábamos un sitio donde escondernos», se<br />

dijo a sí misma, y decidió confiar en el buen juicio de Robert.<br />

—¡Sir Robert! —atronó una voz a su espalda—. Veo que viajas con una<br />

doncella.<br />

Langdon se levantó y Sophie le imitó al momento. La voz provenía de lo<br />

alto de una escalera que serpenteaba hacia la penumbra de la segunda<br />

planta. Arriba se intuía una silueta que se movía en la penumbra.<br />

—Buenas noches —gritó Langdon—. Permíteme que te presente a<br />

Sophie Neveu.<br />

—Es un honor —respondió Teabing, moviéndose hacia la luz.<br />

—Gracias por recibirnos —dijo Sophie, que ahora veía que aquel<br />

hombre llevaba hierros en las piernas, usaba muletas y bajaba peldaño a<br />

peldaño—. Sabemos que es muy tarde.<br />

—Es tan tarde, querida, que ya es temprano. —Se rió—. Vous n’êtes pas<br />

Amérícaine?<br />

Sophie negó con la cabeza.<br />

—Parisienne.<br />

—Su inglés es magnífico.<br />

—Gracias. Estudié en el Royal Holloway.<br />

—Eso lo explica todo. —Teabing seguía descendiendo entre sombras—.<br />

No sé si Robert le habrá dicho que yo lo hice casi al lado, en Oxford. —<br />

Sonrió, dedic<strong>and</strong>o a Langdon una sonrisa burlona—. Claro que también<br />

solicité mi ingreso en Harvard, por si acaso.<br />

Su anfitrión llegó al final de la escalera y a Sophie le pareció que tenía<br />

tan poco aspecto de caballero como sir <strong>El</strong>ton John. Corpulento y rubicundo,<br />

sir Leigh Teabing era pelirrojo y tenía unos ojos marrones vivaces que le<br />

brillaban cu<strong>and</strong>o hablaba. Llevaba unos pantalones de pinzas y una camisa<br />

ancha de seda bajo un chaleco de cachemir. A pesar de los hierros de las<br />

piernas, tenía un porte digno, erguido, vertical, que parecía más la herencia<br />

de su noble alcurnia que el producto de un esfuerzo consciente.<br />

Teabing se acercó por fin a ellos y le tendió la mano a Langdon.<br />

—Robert, veo que has perdido unos kilos.<br />

Langdon sonrió.<br />

—Pues me parece que los has encontrado tú.<br />

Teabing soltó una carcajada y se dio unas palmaditas en la barriga.<br />

—Touché. Mis únicos placeres carnales últimamente parecen ser los<br />

culinarios. —Se volvió hacia Sophie, le sostuvo la mano, hizo una ligera<br />

reverencia y le rozó los dedos con los labios—. Milady.<br />

Sophie miró a Langdon desconcertada, sin saber si había retrocedido en<br />

el tiempo o si estaba en un manicomio.<br />

<strong>El</strong> mayordomo que les había abierto la puerta entró con un servicio de<br />

té, que dejó en la espléndida mesa que había delante de la chimenea.<br />

—Este es Rémy Legaludec —dijo Teabing—. Mi mayordomo.<br />

<strong>El</strong> flaco criado levantó la cabeza, envarado, y volvió a desaparecer.<br />

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