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El código Da Vinci - Colonial Tour and Travel

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<strong>Da</strong>n Brown <strong>El</strong> <strong>código</strong> <strong>Da</strong> <strong>Vinci</strong><br />

Dio otro trago de coñac y sintió que se le calentaba la sangre. Sin<br />

embargo, el hormigueo en la garganta se le transformó pronto en un calor<br />

desagradable. Se aflojó la pajarita, tragó saliva, se notó la lengua áspera y le<br />

pasó el coñac a <strong>El</strong> Maestro.<br />

—Creo que ya he bebido bastante —le dijo con un hilo de voz.<br />

—Rémy, como sabrás, eres el único que me ha visto la cara. He<br />

depositado en tí una confianza enorme.<br />

—Sí —respondió aflojándose aún más el nudo de la pajarita, febril y<br />

acalorado—. Y tenga por seguro que me llevaré su identidad a la tumba.<br />

<strong>El</strong> Maestro se quedó en silencio un largo instante.<br />

—Te creo.<br />

Se guardó la petaca y la clave, abrió la guantera y sacó el pequeño<br />

revólver. Por un momento, Rémy sintió una punzada de temor, que se disipó<br />

al ver que también se lo metía en el bolsillo.<br />

«¿Qué estará haciendo?», pensó Rémy, empapado de pronto en un sudor<br />

extraño.<br />

—Sé que te prometí la libertad —le dijo <strong>El</strong> Maestro con un deje de<br />

amargura en la voz—, pero teniendo en cuenta las circunstancias, es lo<br />

mejor que puedo hacer.<br />

Volvió a sentir la quemazón en la garganta y se agarró al volante. Se<br />

llevó la otra mano al cuello y notó que el vómito le subía por la tráquea.<br />

Emitió un grito apagado, tan débil que no se oyó fuera del coche. De pronto<br />

entendió por qué el coñac estaba salado.<br />

«¡Me ha envenenado!»<br />

Incrédulo, Rémy se volvió para ver a <strong>El</strong> Maestro, que seguía<br />

tranquilamente a su lado, mir<strong>and</strong>o al frente a través del parabrisas. Ahora<br />

estaba empez<strong>and</strong>o a nublársele la visión y le faltaba el aire. «¡Si lo he hecho<br />

todo por él! ¡Cómo ha podido hacerme esto!» Nunca llegaría a saber si aquello<br />

era algo que <strong>El</strong> Maestro había planeado desde el principio o si se trataba del<br />

castigo por haberle desobedecido en la iglesia del Temple. En su interior se<br />

alternaban la rabia y el terror. Rémy intentó agarrarse a <strong>El</strong> Maestro, pero<br />

tenía el cuerpo tan agarrotado que apenas lograba moverlo. «¡Deposité en<br />

usted todas mis esperanzas!»<br />

Rémy intentó levantar los puños apretados para hacer sonar la bocina,<br />

pero sólo consiguió resbalarse hacia un lado y quedar medio doblado al lado<br />

de <strong>El</strong> Maestro, con las manos aferradas a la garganta. La lluvia caía con más<br />

fuerza. Rémy ya no veía nada, pero notaba que el cerebro, privado de<br />

oxígeno, luchaba por mantener sus últimos retazos de lucidez. Su mundo se<br />

iba apag<strong>and</strong>o lentamente, pero Rémy Legaludec habría jurado que oía el<br />

suave rumor de las olas choc<strong>and</strong>o contra una playa de la Riviera.<br />

<strong>El</strong> Maestro se bajó de la limusina y constató con alivio que no había<br />

nadie mir<strong>and</strong>o en su dirección. «No he tenido otro remedio», se dijo,<br />

sorprendido ante su falta de remordimientos por lo que acababa de hacer.<br />

«Rémy ha sellado su propio destino.» Ya se había temido desde el principio<br />

que tal vez tuviera que eliminarlo cu<strong>and</strong>o hubiera cumplido su misión, pero<br />

aquella manera de exhibirse en la iglesia del Temple había precipitado el<br />

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