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El código Da Vinci - Colonial Tour and Travel

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<strong>Da</strong>n Brown <strong>El</strong> <strong>código</strong> <strong>Da</strong> <strong>Vinci</strong><br />

Y, francamente, señor, teniendo en cuenta su fidelidad a la Corona, me<br />

extraña que no la reconozca.<br />

Al oír aquellas palabras, Langdon cayó de inmediato en la cuenta.<br />

«¡Ahora entiendo que me sonara tanto!»<br />

Hacía unos años, Langdon había asistido a un acto en el Museo Fogg,<br />

en Harvard. Bill Gates, el alumno que ab<strong>and</strong>onó los estudios universitarios,<br />

volvía como hijo pródigo para donar a la institución una de sus más<br />

preciadas adquisiciones: dieciocho folios de papel que había comprado en<br />

una subasta de piezas pertenecientes a la Arm<strong>and</strong> Hammer Estáte.<br />

Le habían costado más de treinta millones de dólares.<br />

<strong>El</strong> autor de aquellas páginas no era otro que Leonardo da <strong>Vinci</strong>.<br />

Los dieciocho folios —conocidos posteriormente como <strong>El</strong> Códice<br />

Leicester, por su famoso propietario, el conde de Leicester— eran todo lo que<br />

quedaba de uno de los cuadernos más fascinantes de Leonardo, que<br />

contenía ensayos y dibujos en los que se exponían las avanzadas teorías de<br />

su autor en materias como la astronomía, la geología, la arqueología y la<br />

hidrología.<br />

Langdon no iba a olvidar nunca su reacción cu<strong>and</strong>o, tras hacer cola<br />

para verlos, se había encontrado frente a aquellos carísimos pergaminos.<br />

Qué decepción. Aquellas páginas eran ininteligibles. A pesar de su excelente<br />

estado de conservación y de estar escritas con una caligrafía impecable —<br />

con tinta carmesí sobre papel crudo—, el códice parecía un compendio de<br />

garabatos. En un primer momento pensó que no los entendía porque<br />

estaban escritos en un italiano arcaico. Pero al estudiarlos con más<br />

detenimiento, constató que no era capaz de identificar ni una sola palabra,<br />

ni una sola letra.<br />

—Inténtelo con esto, señor —le dijo una profesora que estaba a su lado.<br />

Le señaló un espejo de mano apoyado en el expositor. Langdon lo cogió y<br />

trató de leer el texto en el reflejo.<br />

Al momento todo se le hizo claro.<br />

Su impaciencia por poder leer de primera mano algunas de las ideas de<br />

aquel gran pensador era tal que había olvidado que entre los numerosos<br />

talentos artísticos del genio estaba su habilidad para escribir al revés, de<br />

manera que lo que escribía resultaba prácticamente ininteligible a todo el<br />

mundo. Los historiadores aún no se habían puesto de acuerdo sobre si<br />

Leonardo recurría a aquella técnica simplemente para entretenerse o para<br />

evitar que los demás le robaran las ideas. <strong>El</strong> caso era que el artista hacía<br />

siempre lo que le venía en gana.<br />

273<br />

* * *<br />

En su fuero interno, Sophie se alegró al ver que Robert había captado lo<br />

que había querido decir.<br />

—Las primeras palabras puedo leerlas más o menos —dijo.<br />

Teabing seguía farfull<strong>and</strong>o.<br />

—¿Qué está pas<strong>and</strong>o aquí?<br />

Es un texto invertido —precisó Langdon—. Nos hace falta un espejo.

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