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El código Da Vinci - Colonial Tour and Travel

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<strong>Da</strong>n Brown <strong>El</strong> <strong>código</strong> <strong>Da</strong> <strong>Vinci</strong><br />

<strong>El</strong> monje se adelantó un poco más, apuntándole directamente a la<br />

cabeza. Sophie vio con impotencia que el monje alargaba la mano para coger<br />

el cilindro.<br />

—No se saldrá con la suya —dijo Teabing—. Sólo los dignos lograrán<br />

abrir la piedra.<br />

«Sólo Dios juzga quién es digno», pensó Silas.<br />

—Pesa mucho —dijo el viejo de las muletas agit<strong>and</strong>o la mano—. Si no lo<br />

coge pronto, se me va a caer —añadió, ladeándose peligrosamente.<br />

Silas se adelantó para coger el criptex y, al hacerlo, el viejo perdió el<br />

equilibrio. Sin soltar la muleta, empezó a inclinarse hacia la derecha. «¡No!»,<br />

Silas se lanzó a salvar el precioso objeto, para lo que bajó el arma. Pero el<br />

cilindro seguía alejándose de él. Al caer, el hombre dobló la mano izquierda y<br />

el criptex cayó sobre el sofá. En ese mismo instante, la muleta metálica que<br />

había dejado de sostener al viejo pareció acelerarse y empezó a describir una<br />

parábola en dirección a la pierna de Silas.<br />

Al entrar en contacto con su cilicio, la muleta le clavó las púas en el<br />

muslo, que estaba ya en carne viva. <strong>El</strong> monje se sintió embargado por<br />

intensas oleadas de dolor. Retorciéndose, cayó de rodillas, y en esa posición<br />

su cinturón de castigo le apretó todavía más. <strong>El</strong> arma se disparó con<br />

estruendo y la bala se incrustó en el suelo sin herir a nadie. Antes de que le<br />

diera tiempo a levantarla y a disparar de nuevo, se encontró con el pie de la<br />

mujer que le aplastaba la cara.<br />

Al principio del camino, del otro lado de la verja, Collet oyó el disparo.<br />

Fache venía de camino, y él ya había renunciado a atribuirse ningún mérito<br />

por la captura de Langdon aquella noche. Pero sería bien tonto si dejara que<br />

por culpa del ego del capitán le abrieran a él un expediente por negligencia.<br />

«¡Sonó un disparo en una residencia particular! ¿Y usted siguió<br />

esper<strong>and</strong>o al otro lado de la verja?»<br />

Collet sabía que hacía rato que habían perdido la ocasión de rodear la<br />

casa sin llamar la atención. Como también sabía que si seguía sin actuar un<br />

segundo más, mañana su carrera policial sería cosa del pasado. Clavó los<br />

ojos en la verja de hierro y tomó una decisión.<br />

—Echen las puertas abajo.<br />

En los lejanos resquicios de su aturdida mente, Robert Langdon había<br />

oído el disparo, así como un grito de dolor. ¿<strong>El</strong> suyo? Sentía que una<br />

taladradora le estaba perfor<strong>and</strong>o el cráneo. Cerca, en algún lugar<br />

indeterminado, había gente habl<strong>and</strong>o.<br />

—Pero ¿dónde diablos te habías metido? —gritaba Teabing.<br />

<strong>El</strong> mayordomo se acercaba a toda prisa.<br />

—¿Qué ha pasado? Oh, Dios mío, ¿quién es este? ¡Voy a llamar a la<br />

policía!<br />

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