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El código Da Vinci - Colonial Tour and Travel

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<strong>Da</strong>n Brown <strong>El</strong> <strong>código</strong> <strong>Da</strong> <strong>Vinci</strong><br />

39<br />

Aunque la espartana habitación del edificio de la Rué La Bruyère había<br />

presenciado mucho sufrimiento, Silas dudaba de que hubiera algo que<br />

pudiera compararse a la angustia que en ese instante se apoderaba de su<br />

pálido cuerpo. «Me han engañado. Todo está perdido.»<br />

Le habían tendido una trampa. Los hermanos le habían mentido,<br />

habían preferido morir antes que revelar su verdadero secreto. Silas no se<br />

veía con fuerzas para llamar a <strong>El</strong> Maestro. No sólo había matado a las cuatro<br />

personas que sabían dónde estaba escondida la clave, sino que además<br />

había matado a la monja de Saint-Sulpice. «¡Aquella mujer trabajaba contra<br />

Dios! ¡Ultrajaba la obra del Opus Dei!»<br />

Aquel último crimen había sido un impulso, y complicaba enormemente<br />

las cosas. <strong>El</strong> obispo Aringarosa había hecho la llamada que había logrado<br />

que lo dejaran entrar en Saint-Sulpice; ¿qué pensaría cu<strong>and</strong>o descubriera<br />

que la monja estaba muerta? Aunque Silas la había dejado metida en la<br />

cama, la herida de la cabeza era muy visible. También había intentado<br />

disimular las losas rotas del suelo, pero aquel estropicio tampoco podía<br />

pasar desapercibido. Sabrían que ahí había estado alguien.<br />

Silas había planeado refugiarse en el Opus Dei cu<strong>and</strong>o su misión<br />

hubiera concluido. «<strong>El</strong> obispo Aringarosa me protegerá.» No imaginaba una<br />

vida más feliz que la entregada a la meditación y a la oración, encerrado<br />

entre las cuatro paredes de la sede central de la Obra en Nueva York. No<br />

volvería a poner los pies en la calle. Todo lo que necesitaba estaba en el<br />

interior de aquel santuario. «Nadie me va a echar de menos.» Pero Silas sabía<br />

que, por desgracia, alguien tan influyente como el obispo Aringarosa no<br />

podía desaparecer tan fácilmente.<br />

«He puesto en peligro al obispo.» Silas se quedó mir<strong>and</strong>o el suelo,<br />

abstraído, y por su mente pasó la idea de quitarse la vida. Después de todo,<br />

había sido el obispo quien se la había salvado... en aquella pequeña sacristía<br />

española, quien lo había educado, quien le había dado sentido a su vida.<br />

—Amigo mío —le había dicho—, tú naciste albino. No dejes que los<br />

demás se burlen de ti por ello. ¿Es que no entiendes que eso te convierte en<br />

alguien muy especial? ¿Acaso no sabes que el mismísimo Noé era albino?<br />

—¿Noé? ¿<strong>El</strong> del arca? —Silas nunca lo había oído.<br />

Aringarosa sonrió.<br />

—Pues sí. Noé el del arca. Albino. Igual que tú, tenía la piel blanca como<br />

la de un ángel. Piénsalo bien. Noé salvó la vida entera del planeta. Tú estás<br />

destinado a hacer gr<strong>and</strong>es cosas, Silas. Si el Señor te ha liberado de tu<br />

cautiverio ha sido por algo. Has recibido la llamada. <strong>El</strong> Señor te necesita en<br />

su Obra.<br />

151

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