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El código Da Vinci - Colonial Tour and Travel

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<strong>Da</strong>n Brown <strong>El</strong> <strong>código</strong> <strong>Da</strong> <strong>Vinci</strong><br />

del clero, y no tiene la culpa de que la herm<strong>and</strong>ad haya escogido su iglesia<br />

para ocultar la clave. No debe ser castigada por los pecados de otros.»<br />

—No me gusta, hermana, que esté usted despierta a estas horas por mi<br />

culpa.<br />

—No se preocupe. Va a estar en París muy poco tiempo y no debía<br />

perderse Saint-Sulpice. ¿Son sus intereses más de tipo histórico o<br />

arquitectónico?<br />

—En realidad, hermana, mi interés es espiritual.<br />

<strong>El</strong>la se rió complacida.<br />

—Eso se da por descontado. Se lo preguntaba para saber por dónde<br />

empezar la visita.<br />

Silas notó que los ojos se le iban al altar.<br />

—Oh, no hace falta que me acompañe. Ya ha sido muy amable. Me las<br />

arreglaré solo, no se moleste.<br />

—No es molestia —insistió—. Además, ya estoy despierta.<br />

Silas se detuvo. Habían llegado al primer banco y el altar quedaba a<br />

menos de quince metros. Se dio la vuelta y se acercó mucho al pequeño<br />

cuerpo de sor S<strong>and</strong>rine, y notó que ella retrocedía al mirarle los ojos rojos.<br />

—No quiero parecer maleducado, hermana, pero no estoy acostumbrado<br />

a hacer visitas turísticas en las casas de Dios. ¿Le importaría dejarme un<br />

tiempo de recogimiento para poder rezar antes de seguir con la visita?<br />

Sor S<strong>and</strong>rine vaciló.<br />

—Ah, sí claro. Le esperaré ahí detrás.<br />

Silas le plantó suavemente la mano en el hombro y la miró.<br />

—Hermana, ya me siento culpable por haberla despertado. Pedirle que<br />

siga despierta me parece demasiado. Por favor, vuelva a la cama. Yo puedo<br />

disfrutar solo del templo y salir por mi cuenta.<br />

Sor S<strong>and</strong>rine no estaba muy convencida.<br />

—¿Y está seguro de que no se sentirá ab<strong>and</strong>onado?<br />

—De ninguna manera. La oración es una dicha solitaria.<br />

—Como quiera.<br />

Silas le apartó la mano del hombro.<br />

—Duerma bien, hermana. Que la paz del Señor sea con usted.<br />

—Y con usted. —Sor S<strong>and</strong>rine se dirigió a la escalera—. Y por favor,<br />

asegúrese al salir de que la puerta quede bien cerrada.<br />

—Lo haré. —Silas la vio perderse en el piso de arriba. Acto seguido se<br />

arrodilló en el primer banco, not<strong>and</strong>o que el cilicio se le clavaba en la pierna.<br />

«Dios mío, te ofrezco esta obra que hago hoy...»<br />

Encorvada en la penumbra que proyectaba el balcón del coro, por<br />

encima del altar, sor S<strong>and</strong>rine contemplaba en silencio a través de la<br />

balaustrada al religioso arrodillado, solo. <strong>El</strong> súbito temor que invadía su<br />

alma le hacía difícil estarse quieta. Durante un fugaz instante, se preguntó si<br />

aquel misterioso visitante podría ser el enemigo contra quien tanto le habían<br />

prevenido, y si aquella noche tendría que cumplir las órdenes que llevaba<br />

todos aquellos años esper<strong>and</strong>o poder ejecutar. Decidió seguir allí, en la<br />

oscuridad, observ<strong>and</strong>o con detalle todos sus movimientos.<br />

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