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El código Da Vinci - Colonial Tour and Travel

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<strong>Da</strong>n Brown <strong>El</strong> <strong>código</strong> <strong>Da</strong> <strong>Vinci</strong><br />

—Nunca rompería la clave. Tiene tanto interés como yo en encontrar el<br />

Grial.<br />

—Se equivoca. Usted tiene mucho más. Ya ha demostrado que está<br />

dispuesto a matar para conseguirlo.<br />

A quince metros de allí, observ<strong>and</strong>o desde los bancos del anexo que<br />

quedaban cerca del acceso a la nave circular, Rémy Legaludec sentía un<br />

desasosiego cada vez mayor. La maniobra no había salido como la habían<br />

planeado e, incluso desde donde se encontraba, veía que Silas no sabía muy<br />

bien cómo hacerle frente a aquella situación. Siguiendo las órdenes de <strong>El</strong><br />

Maestro, Rémy le había prohibido a Silas que disparara bajo ningún<br />

concepto.<br />

—Déjeles ir —exigió Langdon de nuevo con el criptex levantado sobre la<br />

cabeza, sin apartar la vista del arma del monje.<br />

Los ojos rojos de Silas estaban llenos de ira e impotencia, y Rémy se<br />

encogió de miedo al pensar que Silas podía ser capaz de disparar a su<br />

oponente a pesar de que tuviera el criptex en las manos. «¡<strong>El</strong> cilindro no<br />

puede caerse al suelo!»<br />

Aquel objeto tenía que ser su pasaporte a la libertad y a la riqueza.<br />

Hacía poco más de un año, era simplemente un mayordomo de cincuenta y<br />

cinco años que vivía encerrado entre las cuatro paredes del Chateau Villete,<br />

siempre a punto para satisfacer los caprichos de sir Leigh Teabing, ese<br />

lisiado insoportable. Pero entonces le habían hecho una proposición<br />

extraordinaria. Gracias a su relación laboral con Teabing —uno de los<br />

mejores historiadores especializados en el Santo Grial— iba a poder hacer<br />

realidad todo lo que siempre había soñado. Desde entonces, todos los<br />

instantes pasados en el Chateau Villette los había vivido con la vista puesta<br />

en ese momento.<br />

«Estoy tan cerca», se dijo, con la mirada fija en la cripta y en la clave<br />

que sostenía Robert Langdon. Si la soltaba, lo perdería todo.<br />

«¿Estoy dispuesto a dar la cara?» Aquello era algo que <strong>El</strong> Maestro le<br />

había prohibido explícitamente. Rémy era el único que conocía su identidad.<br />

—¿Está seguro de que quiere que sea Silas quien haga el trabajo? —le<br />

había preguntado hacía menos de media hora, cu<strong>and</strong>o le había ordenado<br />

que robaran la clave—. Puedo hacerlo yo mismo.<br />

Pero <strong>El</strong> Maestro había sido muy claro.<br />

—Silas nos ha servido sin problemas con los cuatro miembros del<br />

Priorato. Él la recuperará. Usted debe seguir en el anonimato. Si descubren<br />

que está implicado, tendremos que eliminarlos a ellos también, y ya ha<br />

habido demasiadas muertes. Así que no revele su rostro.<br />

«Mi rostro cambiará —pensó Rémy—. Con lo que ha prometido<br />

pagarme, me convertiré en un hombre totalmente nuevo.» <strong>El</strong> Maestro le<br />

había dicho que con la cirugía plástica se podían hasta cambiar las huellas<br />

dactilares. Pronto sería libre, otro rostro irreconocible y agraciado tostándose<br />

al sol en alguna playa.<br />

—Entendido —había dicho Rémy—. Permaneceré a la sombra,<br />

ayud<strong>and</strong>o a Silas sin que me vean.<br />

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