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El código Da Vinci - Colonial Tour and Travel

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<strong>Da</strong>n Brown <strong>El</strong> <strong>código</strong> <strong>Da</strong> <strong>Vinci</strong><br />

de la reja. —<strong>El</strong> capitán señaló una etiqueta naranja que colgaba de uno de<br />

los barrotes de la reja por la que acababan de pasar—.<br />

La policía científica ha encontrado trazas de un disparo efectuado con<br />

arma de fuego. <strong>El</strong> atacante disparó desde detrás de la reja. Saunière ha<br />

muerto aquí solo.<br />

Langdon recordó la foto del cadáver.<br />

«Dijeron que se lo había hecho él mismo.» Escrutó el enorme pasillo que<br />

tenían delante.<br />

—¿Y dónde está el cuerpo? Fache se arregló el pasador de la corbata<br />

con forma de cruz y empezó a caminar.<br />

—Como seguramente ya sabe, la Gran Galería es bastante larga.<br />

Su extensión exacta, si no recordaba mal, era de unos cuatrocientos<br />

setenta y dos metros, el equivalente a tres obeliscos de Washington puestos<br />

en fila. Igual de impresionante era la anchura de aquel corredor, lo bastante<br />

espacioso como para albergar cómodamente dos trenes de pasajeros. En el<br />

espacio central, a intervalos, había colocadas algunas esculturas o enormes<br />

urnas de porcelana, que servían para dividir el pasillo de manera elegante y<br />

para crear dos carriles para los visitantes, uno para los que iban y otro para<br />

los que volvían.<br />

Ahora Fache no decía nada y avanzaba por el lado derecho de la Galería<br />

con la mirada clavada al frente. A Langdon le parecía casi una falta de<br />

respeto pasar frente a todas aquellas obras de arte sin reparar siquiera en<br />

ellas.<br />

«Aunque está tan oscuro que tampoco vería nada», pensó.<br />

Aquella luz tenue y rojiza le trajo por desgracia a la memoria su última<br />

experiencia con ese mismo tipo de iluminación, en los Archivos Secretos<br />

Vaticanos. Volvió a pensar en lo cerca que estuvo de la muerte aquel día en<br />

Roma. Era el segundo paralelismo de la noche. A la mente le volvió la imagen<br />

de Vittoria. Hacía meses que no soñaba con ella. A Langdon le costaba creer<br />

que de lo de Roma hiciera sólo un año; parecían décadas. «Otra vida.» Su<br />

último contacto por carta había sido en diciembre, cu<strong>and</strong>o le había enviado<br />

una postal en la que le decía que se iba al mar de Java a seguir sus<br />

investigaciones sobre la teoría de las cuerdas... algo relacionado con el uso<br />

de satélites para seguir el rastro de las migraciones de las rayas. Langdon<br />

nunca había albergado la esperanza de que una mujer como Vittoria Vetra<br />

pudiera ser feliz con él viviendo en la universidad, pero su encuentro en<br />

Roma le había despertado un deseo que hasta aquel momento jamás se<br />

creyó capaz de sentir. De pronto su pertinaz soltería y las libertades básicas<br />

que ésta le permitía parecían haber zozobrado... y haber sido reemplazadas<br />

por un vacío inesperado que se había hecho mayor durante el último año.<br />

A pesar de avanzar a paso rápido, Langdon seguía sin ver ningún<br />

cadáver.<br />

—¿Llegó hasta tan lejos Jacques Saunière?<br />

—La bala le impactó en el estómago. Su muerte fue muy lenta. Tal vez<br />

tardó entre quince y veinte minutos en perder la vida. Y está claro que era<br />

un hombre de gran fortaleza física.<br />

Langdon se volvió, indignado.<br />

—¿Los de seguridad tardaron quince minutos en llegar hasta aquí?<br />

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