Futbolistas de izquierdas - Quique Peinado
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nombre y de que sus paredes muestran viejas leyendas del Athletic y La Gabarra
surcando la Ría, el sitio tiene de todo menos autenticidad. Es un establecimiento
patrocinado por una multinacional de cervezas que sirve hamburguesas y bocadillos
con nombres como San Mamés, Zubizarreta, Goiko o Irureta mientras suena Eros
Ramazotti por la radio. Es el nuevo fútbol, el mismo que sacude a un Athletic que se
encuentra en estos tiempos agitado por la marcha de Javi Martínez, la pretensión de
tomar el mismo camino de Fernando Llorente [el riojano abandonará la disciplina
rojiblanca a final de temporada para fichar por la Juventus de Turín] y todo lo que
rodea al técnico argentino Marcelo Bielsa. La hamburguesa, que es una metáfora
(sabrosa, a qué engañarnos) del nuevo fútbol vasco, me la tengo que acabar rápido
porque tengo un viaje de pocos kilómetros pero que parece un salto al pasado. Un
salto que, aun intentando evitar el cliché de que cualquier tiempo pasado fue mejor,
no puedo evitar que me resulte extrañamente placentero.
«Odio eterno al fútbol moderno» es una reivindicación de la izquierda futbolera.
Para una buena dosis de descompresión no está mal darse una vuelta por el campo de
Fadura donde juega el CD Getxo, de Tercera División, el equipo del pueblo de
Endika Guarrotxena, que desde la temporada anterior es el primer entrenador. La
campaña 2011-12, con Ismael Urzáiz de ayudante (otra leyenda del Athletic que
curiosamente inició su carrera en las categorías inferiores del Real Madrid), lo subió
a Tercera. Esta, ya sin el exinternacional a su lado en el banco, pelea por mantenerlo.
El campo es muy verde, con dos gradas techadas en uno de los laterales y un
pequeño caserío, que es la sede del club, entre ambas. Está rodeado de árboles, y las
cosas son como cuando Endika jugaba, cuando el fútbol era fútbol: los jugadores
visten dorsal del 1 al 11, el central, que lo es porque para eso lleva el 4, parece el más
veterano y es el que no para de hablar. Sólo se le deja de escuchar cuando un avión,
volando muy bajito porque el aeropuerto está cerca, inunda el campo de ruido. No
sólo cada recogepelotas no tiene un balón, sino que no hay recogepelotas, y cuando
un tiro mal encarado se marcha por mucho, el balón se pierde por el bosque y desde
el banquillo local mandan otro al terreno de juego. Llueve, con esa lluvia sin ruido
tan típica del País Vasco. Los jugadores, más potentes que técnicos, tratan de
combinar cuando pueden, pero no tienen rubor en pegar un patadón cuando la
situación lo requiere, al contrario de este credo moderno que parece condenar a quien
lo hace.
Hoy les toca jugar contra el potente Gernika, que se gasta en dos meses el
presupuesto de todo el año del Getxo. El partido acaba 0-1, con un gol de rebote tras
un contraataque, y aunque el visitante ha sido mejor, el equipo de Endika apretó en la
segunda mitad como para haber conseguido el empate. En el Gernika dominan las
voces en euskera; en el Getxo, en castellano. Incluida la del presidente del club, que
al acabar el partido, a pesar de que el equipo sólo ha sumado uno de 18 puntos
posibles en casa, le grita sonriente al entrenador: «¡Ni un paso atrás!».
Endika transmite una serenidad apabullante. Sus piernas arqueadas delatan su
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