Futbolistas de izquierdas - Quique Peinado
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Joan Cordero: el incómodo de Valencia
Argentina había ganado el Mundial de 1978 y el Valencia se había convertido en
un equipo célebre en aquel país por ser el refugio de Mario Alberto Kempes, héroe
albiceleste y, quisiera o no, vehículo melenudo de propaganda para el régimen militar
de Videla. Así que el equipo ché hizo una gira por aquel país aprovechando el tirón
de El Matador. Durante esos maratones de viajes y partidos da tiempo para hablar de
todo; hasta de temas que suelen estar muy bajos en el ranking de temas de
conversación en un equipo de fútbol, como la política. En uno de esos corrillos, Joan
Cordero, el muchacho de la cantera, el potente defensor de peculiar bigote, metro
ochenta y cinco de pura potencia y destacable contundencia, hablaba con otros
miembros de la expedición sobre la dictadura argentina, ahora que España sacaba la
cabeza del lodo de la suya: «Uno de aquellos directivos del club, no recuerdo el
nombre, nos dijo que a los argentinos sólo se les podía gobernar así, con mano dura.
Y en ese momento, pues te la comes», dice hoy, con 61 años, Cordero. Todavía le
amarga no haber sabido responder, no estar formado para haber hecho frente a tan
marcial directivo. Tenía 26 años y era futbolista. Sólo eso. Aunque ya por entonces
era delegado de la recién creada Asociación de Futbolistas Españoles, el sindicato
que se había fundado a comienzos de ese 1978, reconoce que no tenía ninguna
formación política. «Cuando murió Franco llevé un brazalete negro y no le di
ninguna importancia», dice. «Varios directivos del Valencia eran franquistas
convencidos, es un hecho», añade. «Ahora mismo estoy leyendo un libro, llamado La
Pesta Blava [La peste azul, escrito por Vicent Bello, 1988], que radiografía a los
dirigentes del Valencia, que eran fascistas». En ese fútbol creció Joan Cordero, ciego
por su propia ignorancia.
Sin embargo, el sindicato comenzó a hacerle despertar. Joaquín Sierra Vallejo,
Quino, que luego sería el primer presidente de la AFE, había sido su compañero en el
Valencia, el equipo al que pasó tras quedarse un año sin jugar en el Betis para forzar
que lo traspasaran. Quino era un hombre instruido y muy cercano al PSOE, al que
apoyó por escrito en las elecciones de 1982. Él incitó a leer a Cordero: primero, La
Familia de Pascual Duarte, de Camilo José Cela, Réquiem por un campesino
español, de Ramón J. Sender, después. Los recuerda nítidamente el valenciano. «Fue
mi guía cultural, mi asesor. Es un hombre muy culto. Me marcó», señala el
valenciano, que creció en una familia humilde y apenas había estudiado algo de
peritaje mercantil. Su formación era escasa, como era norma entre los futbolistas de
entonces, que no tenían más allá de la educación primaria. «De hecho, no me acuerdo
de ningún jugador que fuera universitario», añade Cordero.
De la mano de Quino y de su propia rebelión contra la injusticia que vivían los
futbolistas en sus relaciones laborales, se convirtió en el primer delegado de la AFE
en el Valencia. Por entonces los jugadores firmaban un contrato de por vida con los
clubes, a cambio de aumentarles un 10% de la ficha al año. No podían salir. Aun así,
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