Futbolistas de izquierdas - Quique Peinado
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Tras el bombardeo de La Moneda el 11 de septiembre de 1973, Colo Colo, casa
de admiraciones reverentes hacia el futbolista comunista, vive un curioso proceso.
Como otros equipos en Sudamérica, hace presidente de honor a Augusto Pinochet,
como blindaje frente al previsible acoso por parte del régimen. Este movimiento se
convierte ciertamente en algo habitual en la Sudamérica de las dictaduras militares: el
Olimpia de Paraguay también nombra presidente de honor al general Alfredo
Stroessner, en Uruguay la Junta apoya más que veladamente al Peñarol y en Ecuador,
el Ejército tiene su propio equipo, El Nacional. Caszely había salido de allí en el
momento justo.
En ese ambiente, el delantero decide mostrar sin ambages a Augusto Pinochet lo
que piensa de él. El general recibía al equipo nacional antes de partir para Moscú,
donde se jugaría la ida de una de las eliminatorias más politizadas de la historia. El
objetivo de Caszely era el desaire al general, y allí, en terreno visitante, donde los
grandes deportistas se agrandan, Carlos Caszely dejaría —escribámoslo como si lo
narrara Víctor Hugo Morales— «el gesto de todos los tiempos». A Pinochet no lo
jugaba con los pies. Habría de retarlo con las manos.
«Pinochet no era tonto, ya sabía que no lo iba a saludar. Así que caminó por
delante del equipo y todos le daban la mano, pero yo me quedé con las mías en la
espalda. Pasó de largo y se medio sonrió. Hubo otras recepciones, y nunca le di la
mano. Él siempre venía a hablar conmigo, pero sólo de fútbol. Yo le respondía. Nada
más», cuenta. Circula la leyenda de que Pinochet decía que cómo era posible que ese
tipo, diestro cerrado, fuera tan de izquierdas. Caszely nunca se lo llegó a oír.
El caso era que Chile se había clasificado unos meses antes para la repesca contra
la Unión Soviética, tras un dramático enfrentamiento (con partido de desempate
incluido) frente a Perú. El que ganara se clasificaba para el Mundial de 1974. En el
Estadio Lenin de Moscú, ante 60.000 espectadores, el equipo chileno logra un
glorioso empate a cero, en el que se conoce como El Partido de los Valientes. Era el
26 de septiembre de 1973, 15 días después del golpe de estado. Sólo diez más tarde
desde que en el Estadio Chile el cantautor Víctor Jara fuera torturado hasta la muerte
por los militares. Y seis, menos de una semana, desde el asesinato del periodista
estadounidense Charles Horman en el Estadio Nacional.
Ese Estadio Nacional debía acoger el partido de vuelta el 21 de noviembre de
1973, dos semanas desde que los militares decidieran que debía dejar de ser la sede
de un campo de concentración. Hasta el siete de noviembre bajo las gradas se retenía,
torturaba y ajusticiaba a presos. Decir que ese recinto todavía estaba manchado de
sangre no es ni siquiera una metáfora.
La URSS (Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas), tras pedir a la FIFA que la
vuelta se jugase en un campo neutral, decidió no presentarse. Aun así, Chile monta un
simulacro de partido en el que, en unas imágenes que darían risa de no significar lo
que significaban, los jugadores hacen una jugadita sin rival y marcan un gol a puerta
vacía. Entre ellos, Caszely, el rojo, muerto de la vergüenza, que había renunciado a
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